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CAPÍTULO I
Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo,
sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el
curso de los acontecimientos, aunque lo acatara 1 como una realidad inevitable y
fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero
era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...
Su padre entendía que esto era progresar; Daniel, el Mochuelo, no lo sabía
exactamente. El que él estudiase el Bachillerato en la ciudad podía ser, a la larga,
efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado
en la
ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía empingorotado 2 como
un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los
domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don José, el cura,
1
2
Aceptar con sumisión una autoridad o unas normas legales , una orden
Empingorotar: Arreglar excesivamente algo o a alguien.