Autor
Emilia Conclaire
Chile
Florencio
Me dieron arcás al verla parir, lo único que pasó por mi cabeza era la porquería que
iba a dejar en el suelo, pa´ colmo, verle la vagina abierta con el casco del crío
asomándose, imagínese la impresión hizo que me vomite en los pantalones.
¡Ayúdame! - me gritó ella
Yo me fui corriendo a la cocina a buscar un trapito y agua para limpiarme lo pantalones
y ese chiquero que estaba dejando, porque… le voy a decir una cosa, mi cabo, a pesar de
vivir solo, yo soy limpio, así me crió mi aguelo, me decía que uno puee ser pobre pero
nunca cochino. Y fui a buscar el trapo, me acuerdo que esta chica no gritaba ya, rugía,
parecía poseída, no se callaba, gritaba como chancho en matadero, ya me tenía las pailas
hinchás… que le voy a decir, igualito a mi papá, nada de paciencia, él mataba los perros
cuando no se callaban, a mi abuelo no le gustaba mucho que haga eso pero vaya a decirle
lo contrario al “Zanahoria”, así le decían a mi papá, porque era alto y flaco. ¿Me
regalaría un vaso con agua?
-Sí, claro, pero no se vaya por la tangente
-¿Por la qué?
-Remítase a contar la historia, cuéntenos sobre la señorita Díaz.
-Sí, sí…Cuando volví a la pieza, la Anita se había arrastrado por el suelo hasta el
pasillo que daba a la puerta principal, siempre me gustó su carácter, como de potra
chúcara, nunca estuvo de acuerdo conmigo, en nada, siempre quiso irse y nunca perdió la
esperanza la muy bruta…ella llegó acá hace …uno, dos, tres, cuatro… ¡seis!, seis años atrás,
pero allá en el campo no se escucha ná, menos donde vivo yo, ningún alma. Pocos saben
llegar acá, pero es bien bonito, ese río que ve pa´ allá es como un espejo, salen peces de
tres, cuatro kilos.
Al final, la Anita se arrastraba y yo detrás enojado con el trapo en la mano tratando
de limpiar la mugre, ella no aguantó más y parió ahí mismo, en la mitad del pasillo, vi
como la guagua salió rápido y busqué una bolsa de basura y una tijera. Yo ya estaba
acostumbrado, era como su quinto hijo y ella sabía lo que pasaba cuando paría…se lo
tiré a los chanchos, a ellos les gusta, así como cuando usted se come un asao al palo. No
me mire así, que yo no le he faltado al respeto, yo no sirvo para criar humanos, muy
complicados, no se puede confiar en nadie ni en tus propios hijos, yo me quedo con los
chanchos, son cariñosos y te los puedes comer ¿Anotó eso? Porque es mi pensamiento, así
pienso yo.
-Siga, por favor
-Sí, sí… la metí a la pieza, la volví a amarrar y esperé que se calmara pa´ bañarla; se
me paraba fuerte tanto sobarle sus partecitas a la Anita, la chiquilla tenía lo suyo,
aunque, después de tanto crío se le estaba cayendo todo, sus tetas ya no estaban
fresquitas como antes, se habían desinflado un poco, entonces, cuando vi eso, lo pensé y
fue que se me ocurrió descansar de todo, estaba aburrido de que se fugara y que llorara
tanto, me tenía enfermo de los nervios. Fueron tres estocadas, igual que cuando mato un
chancho para el año nuevo, dos en el corazón y uno en la yugular. Y esa es la historia
mi cabo
¿Y dónde está el cuerpo?
Ayayay… le cuento, resulta que después de verla muertita, me bajaron las ganas
de despedirme, usted me entiende, asique la llevé como pude a mi cama y ahí está, tiesa
pero enterita.