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una celebridad caída en

desgracia. La moral se ha vuelto una tendencia volátil, siempre en busca de la próxima causa en la que

volcar nuestro aburrimiento existencial. Así seguimos, desplazando noticias con la frialdad de un emperador romano girando el pulgar hacia abajo en uno de los antiguos coliseos. El circo continúa, y nosotros, satisfechos espectadores, celebramos nuestra propia deshumanización con un retuit. Pero, ¿acaso no es este

el milagro de la modernidad? Conseguir que la tragedia

nos haga bostezar.

personas y se han vuelto algoritmos que nos susurran qué debemos sentir y por cuánto tiempo. Por su parte, los medios de comunicación, antaño portadores de la verdad, se han transformado en gestores de la indignación del día. Nos venden la tragedi en episodios semanales, solamente dosificados para que no perdamos el apetito por conocer. Hoy lloramos por un país en guerra, mañana por

la Tiza

OPINIÓN

Adrián Montes Leal / 2º Bachillerato A

El circo de la miseria

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Hoy lloramos por un país en guerra, mañana por una celebridad caída en desgracia

Vivimos en tiempos confusos; nunca la humanidad había sido tan visible y, sin embargo, nunca había estado tan ausente. Se nos ha concedido el privilegio de ver el mundo entero desde la palma de la mano, de asomarnos a la tragedia tras la seguridad de un cristal. En esta escena digital, la guerra, el hambre y la desgracia se presentan en un desfile de imágenes que se consumen con la misma rapidez con que se olvidan. Al fin hemos logrado lo imposible: la miseria ha sido convertida en contenido. Las redes sociales y las noticias han perfeccionado el arte de la indiferencia. Un niño muere bajo los escombros, y su imagen se intercala con un tutorial de maquillaje; la hambruna es una estadística más entre dos anuncios de comida rápida. Las tragedias se presentan ahora en píldoras digeribles, listas para ser olvidadas con un simple movimiento del pulgar. ¿Qué más se puede pedir? Hemos logrado que el sufrimiento se convierta en entretenimiento, en un ejercicio de empatía que dura como un parpadeo.  

Pero, no nos engañemos: esto no es simple insensibilidad, sino eficiencia. No se trata de seres humanos, sino de tendencias; no de muertos, sino de cifras; no de gritos de auxilio, sino de estadísticas. Las víctimas han dejado de ser