Lascivia No 63 Enero 2020 Lascivia 63 Enero 2020 | Page 76

La chica me sonrío mientras yo estaba petrificado con la boca abier- ta. Su sonrisa era perfecta, de reina de belleza, era blanca – “como una yuca”, decían sus compañeros -, tenía el cabello negro y abundante, la- cio pero no liso. Sus facciones eran típicas de niña de trece años, esa ternura de pómu- los prominentes y nariz que termina en una pequeña redondez imposi- ble de dibujar. Siguió desdoblando la blusa entre sus manos y con el mo- vimiento de los brazos apretaba y soltaba alternadamente ese glorioso par de tetas. Se me paró. La reacción natural ante esa deslumbrante belleza era la intención de copular, de reproducirse, de taladrar el coñito en cuestión, eyacular dentro, mientras el resto del cuerpo está en un éxtasis celestial por la conquista y el contacto con el otro cuerpo, ese tan deseado, por la con- sumación de algo tan querido. Eso, lo de la eyaculada, y otros senti- mientos secundarios e igual de inevitables como la intención de poseer y proteger, la ansiedad por la impotencia –temporal- de consumar. Qué tetas, santa madre, pero qué tetas! Si su tío, padrastro o lo que fuera se la quería echar, pues no era por nada. En días siguientes, no perdía oportunidad para hablar con ella y ga- narme su confianza. Las chicas de colegios pobres son cien veces más fáciles de abordar, porque son precisamente sus problemas el ángulo a explotar. Las niñas de colegios ricos no te ven como padre, ni como con- fidente, sino como coima. Difícil asunto, pero no imposible. Valga agregar en este paréntesis que a las chicas pobres, quieres sondearles hasta el alma por el culo, pero una niña rica puede obsesionarte sentimentalmente, o dicho sin asco, puede ‘enamorarte’- lean “el último amor prohibido”-. Es una de las co- sas que quiero analizar de mi corta pero aun así, basta experiencia de penetrador de colegialas. Al poco tiempo, a punta de preguntarle por sus problemas y escucharla,