LAS PREGUNTAS DE LA VIDA 4.1.1.2 LAS PREGUNTAS DE LA VIDA. Fernando Savate | Page 25
Las preguntas de la vida
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en un mar picado; un gran número de milagros oscuros se efectuaron en el cerebro y lord Edward murmuró
extáticamente: ¡Bach!» 11 . Sin duda lord Edward percibió la música gracias a los mecanismos de su oído y a
las terminaciones nerviosas de su cerebro; si hubiera sido sordo o le hubieran extirpado determinadas zonas
de la corteza cerebral, en vano se habría esforzado la orquesta por agradarle. Pero el goce mismo de la música
que estaba oyendo, su capacidad de apreciarla y de identificar a su autor, el significado vital que todo ello
encerraba para el oyente no puede reducirse al simple mecanismo auditivo y cerebral. No se hubiera dado sin
él, no existiría sin él, pero no se reduce meramente a él. Tal como la luz producida por la bombilla no es lo
mismo que la bombilla, el disfrute musical de Bach no es lo mismo que el sistema corporal que capta los
sonidos aunque no se daría sin tal base material. A veces lo producido tiene cualidades distintas que emergen
a partir de aquello que lo produce. Por eso Lucrecio, el gran materialista de la antigüedad romana, aun estan-
do convencido de que somos un conjunto de átomos configurados de tal o cual manera, señala que los átomos
no pueden reírse o pensar, mientras que nosotros sí. Somos un conjunto formado por átomos materiales, pero
ese conjunto tiene propiedades de las que los átomos mismos carecen. Somos nuestro cuerpo, no podemos reír
ni pensar sin él, pero la risa y el pensamiento tienen dimensiones añadidas -¿espirituales?- que no lograremos
entender por completo sin ir más allá de las explicaciones meramente fisiológicas que dan cuenta de su
imprescindible fundamento material.
Yo adentro, yo afuera. Soy un cuerpo en un mundo de cuerpos, un objeto entre objetos, y me
desplazo, choco o me froto con ellos; pero también sufro, gozo, sueño, imagino, calculo y conozco una
aventura íntima que siempre tiene que ver con el mundo exterior pero que no figura en el catálogo de la
exterioridad. Porque si alguien pudiera anotar en un libro (o mejor, en un CD-Rom) todas las cosas que tienen
bulto y ocupan sitio en la realidad, hasta el último de mis átomos figuraría en la lista, junto al Amazonas, los
grandes tiburones blancos y la estrella Polar... pero no lo que he soñado esta noche o lo que estoy pensando
ahora. De modo que hay dos formas de leer mi vida y lo que yo soy: por un lado -el lado de afuera- se me
puede juzgar por mi funcionamiento, valorando si todos mis órganos marchan como es debido (tal como
miramos el piloto luminoso de un electrodoméstico para saber si está apagado o encendido), determinando
cuáles son mis capacidades físicas o mi competencia profesional, si me porto como manda la ley o cometo
fechorías, etc.; por otro lado -el de adentro- resulto ser un experimento del que sólo yo mismo, en mi
interioridad, puedo opinar sopesando lo que obtengo y lo que pierdo, comparando lo que deseo con lo que
rechazo, etc. Y desde luego mi funcionamiento influye decisivamente en mi experimento, así como a la
inversa.
En cuanto al viejo debate entre las relaciones de mi alma -pero ¿de dónde puede brotar el alma más
que del cuerpo?- con mi cuerpo -¿acaso puedo llamar mío a un cuerpo sin alma?- quizá deba desviarme un
momento de los filósofos y acudir a los poetas:
El alma vuelve al cuerpo
se dirige a los ojos
y choca. -¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
JORGE GUILLEN
«Más allá», en Cántico
Así me encuentro, invadido y poseído por todo mi ser que es tanto la mirada interior del alma como
la luz del mundo, inseparables, indudables. ¿Será ésta la certeza que buscó el maestro Descartes?
Después de i ntentar explorar mi yo, lo que soy, me asalta otra duda: ¿hay alguien ahí fuera?, ¿estoy
solo?, ¿existe algún otro «yo» aparte del mío? Desde luego, constato que me rodean seres aparentemente
semejantes a mí pero de los cuales sólo conozco sus manifestaciones exteriores, gestos, exclamaciones, etc.
¿Cómo puedo saber si también gozan y padecen realmente una interioridad como la mía, si también para ellos
existen dolores, placeres, sueños, pensamientos y significados? La pregunta parece arbitraria, demente
incluso -¡ya hemos visto que muchas preguntas filosóficas suenan así de raras en primera instancia!-, pero no
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Contrapunto, de A. Huxiey, Barcelona, Planeta.