La Valla. 100 artistas en la frontera sur. Octubre 2014 | Page 103
Dalilah es una mujer de 63 años que vive en una pequeña ciudad de Camerún. Trabaja sin parar y piensa todo el día en su hija Mireille, casi adolescente, que dejó el hogar
hace un tiempo para aventurarse en un largo viaje que la llevará a Europa, donde espera encontrar una vida mejor. Dalilah solo ha recibido una carta de su hija, que la sitúa en
el monte Gurugú, en Melilla, donde se recupera de su rotura de tibia al intentar saltar la valla. Ya lleva tres intentos.
Dalilah espera con inquietud noticiasAngelina Gatell
de su hija, el tiempo se hace eterno y por las noches tiene un sueño que se repite constantemente: Camina con dificultad por un inmenso
territorio seco y cuarteado, pero sigue avanzandode aparece un río de color azul intenso, una gran corriente de aire y agua, Hay una valla llena de alambres de pinchos y conFrente a la valla y Melilla
certinas desgarradoras que de repente se han convertido en cuerdas de guitarra.
(A nuestros hermanos subsaharianos, y
muy especialmente a Amadou Guido.)
Esta valla es un monumento al fascismo. Sólo mentes muy retorcidas, muy
miserables han podido concebirla. Las mismas mentes que asaltaron, invadieron, asesinaron a los habitantes de aquellos pueblos hoy llamados de
América Latina, desposeyéndolos de lo que era legítimamente suyo, imponiendo su religión sobre sus religiones, implantando su idioma sobre sus
múltiples y bellos idiomas; las mismas mentes que, tras arrasarlas, repoblaron aquellas tierras valiéndose del lucrativo negocio de la trata de esclavos;
las mismas mentes que, ya en pleno siglo XX, bombardearon a los españoles
que, después de la derrota de la Segunda República, legalmente elegida por
el pueblo, huían del horror camino del exilio. Quien esto escribe lo vio y no
ha podido olvidado. Las mismas mentes cuya Fiesta Nacional, es la sangre
y la tortura de los animales. Las mismas mentes que, en nombre de Dios,
quemaron vivos a quienes no compartían su fe. Las mismas mentes que en
este Monte Gurugú donde os habéis refugiado, dejaron dramática memoria
de su paso, de su miseria moral.
Pero, no todos somos como ellos, hermanos. Y los que no somos como
ellos, queremos dar testimonio de nuestro rechazo a tanta ignominia. No
disponemos de otro medio que unas palabras. Ved en ellas nuestra mano
tendida a vuestro desamparo y nuestras lágrimas unidas a LAS LÁGRIMAS
DEL HOMBRE NEGRO.
Antonia Valero
En el límite
Aquí reside todo el mal, en el límite, en su violento acceso hacia “la libertad”
donde les espera lo imprevis