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A veces las cosas no son lo que uno cree

Las horas pasan lentamente, hace tiempo que no se desvelaba la gata de mar, como le llaman sus cercanos. Vivía en la playa de Punta de Parra, a pocos minutos de la ciudad de Tomé, por un camino que aun pasado los años sigue lleno de tierra y maleza.

Feliz y radiante, se arregló con su mejor pilcha, se sentía hermosa, para ella era su día. Había salido hace poco de la carrera de actuación en la UDD. Su profesora de canto la recomendó para un papel el cual según ella estaba hecho a su medida. Tomó la el bus para Santiago, ya que acá en la Octava oportunidades para actores nuevos no existía, en verdad para ningún artista que le gustaran los tablones. Llegó a la capital con sus sueños en la mochila, quería ser actriz de telenovelas, de esas que ves cuando pequeñas y tu vocación nace de ahí. Las luces la enceguecían, sus manos estaban húmedas, las piernas le tiritaban. Se pegó un grito del fondo de su corazón. Salió corriendo hasta el terminal, tomó el primer bus y se vino a su amado pueblo, ni siquiera fue a buscar sus cosas.

Despertó emocionada, llevaba años trabajando en escuela rural, haciendo clases de teatro a niños de enseñanza básica, después de su trauma en la capital, se dio cuenta que lo de ella era enseñar, ayudar a estos niños carentes de recurso a poder expresarse. Se metió en la política, en trabajos sociales, su alma había crecido o eso sentía ella. Ahora estaba feliz. Las butacas del gimnasio de la escuelita estaba llenas, los padres orgullos esperaban ver a sus hijo, la temática a tratar en su obra era la violencia escolar. Cuando terminaron y ce cerró el telón su corazón explotó de orgullo y felicidad. El recuerdo de la noche anterior solo hizo que se convenciera que era plena su felicidad.