La Segunda Guerra Mundial La Segunda Guerra Mundial | Page 5

5

tercer cumpleaños, acabaría siendo su mejor amiga durante los veinticinco largos meses de encierro, su querida Kitty: “me cuesta esperar cada vez que llegue el momento para sentarme a escribir en ti. ¡Estoy tan contenta de haberte traído conmigo!”, escribió el 28 de septiembre de 1942. Mucho menos podía imaginar que millones de personas leerían su diario, que acabaría siendo uno de los documentos clave del horror del Holocausto y que sería declarado por la Unesco como Memoria del Mundo.

La invasión de Holanda por tropas alemanas cayó sobre sus nuevas vidas como un jarro de agua fría. “Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás”, escribió Ana en su diario, el 20 de junio de 1942. La vida se alteró de forma precaria después de que incluso la reina Guillermina huyera de Holanda el 13 de mayo de 1940. Un día después, el país comunicó su capitulación y columnas de soldados alemanes entraron desafiantes en Amsterdam, pero por paradójico que pudiera parecer, la empresa familiar por fin daba beneficios ahora que Otto había ampliado el negocio a las especias.

Tan solo siete meses después de la invasión, el padre trasladó la empresa a un nuevo edificio austero de ladrillo visto, el mismo que hoy alberga el museo y la fundación Ana Frank. En realidad, se trataba de dos casas; la primera, con fachada junto al canal, la ocupaban las instalaciones de Opekta y Pectacon, pero había una zona trasera, a la que se accedía por un estrecho pasillo. De momento, Otto Frank decidió subarrendar una zona y con el resto ya vería qué uso le daba.

Las órdenes contra los judíos eran cada día más rigurosas y los nacionalsocialistas estrechaban su control contra el “capital judío”, lo que originó problemas a la empresa de Otto Frank. Ana hizo el listado en su diario de algunas de las medidas aprobadas contra los judíos: “Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares…”.

pero por paradójico que pudiera parecer, la empresa familiar por fin daba beneficios ahora que Otto había ampliado el negocio a las especias.

Tan solo siete meses después de la invasión, el padre trasladó la empresa a un nuevo edificio austero de ladrillo visto, el mismo que hoy alberga el museo y la fundación Ana Frank. En realidad, se trataba de dos casas; la primera, con fachada junto al canal, la ocupaban las instalaciones de Opekta y Pectacon, pero había una zona trasera, a la que se accedía por un estrecho pasillo. De momento, Otto Frank decidió subarrendar una zona y con el resto ya vería qué uso le daba.

Las órdenes contra los judíos eran cada día más rigurosas y los nacionalsocialistas estrechaban su control contra el “capital judío”, lo que originó problemas a la empresa de Otto Frank. Ana hizo el listado en su diario de algunas de las medidas aprobadas contra los judíos: “Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares…”.