La nostalgia del lobo teaser | Page 22

22 Crescen García Mateos Yo tenía verdadero pavor, pero hice lo que me pidió con el miedo a que una de aquellas cautivas me mordiera, me arrancara una mano, pero… no. Cayeron de manera pausada a tierra y la mujer las consoló rascándoles cariñosamente la barriga mientras las iba desatando del serón y las liberaba de las amarras de las patas sin que éstas dejaran de patalear y de gruñir enloquecidas. Luego, empujó un portón hecho con un viejo trillo, sacó unas remolachas y con un pequeño destral fue cortando trozos y se los daba a las guarrapas para reconfortarlas del trauma. Con sus propias manos en forma de cuenco, tomó unas ganefas de agua de un caldero y se las puso al borrico. El animal bebió y le lamió las manos agradecido. Después, vertió agua en una jofaina que sacó de lo que debía de ser la casa, se lavó la cara y las manos y me tendió un aguamanil de latón para que hiciera lo propio. La obedecí, me lavé y me sequé con una toalla blanca primorosamente bordada. Lo hicimos todo en silencio. La mujer no cesaba de mirarme y de sonreír. —Entra, hija, siéntate. Menos mal que te he encontrado porque no sabía cómo apañarme para descargar sola a los pobres bichos. Los he tenío en otra majá porque hay unos encinares y un venero con alisos para que se refresquen. Ahora me las traigo cada día porque una está a punto de parir y tengo miedo que se le malogren los guarrapinos. Me ayudó a cargarlas mi hombre y me aseguró que ya encontraría a algún alma que me echara una mano y, ya ves, te he encontrao a ti. Gracias, hija —De nada. No importa, a mí me ha gustado hacerlo y hablar con usted. —Mira, hija, aquí semos pobres, pero limpios y sanos y ofrecemos lo que tenemos, que ya ves, bien poca cosa —dijo, sin dejar de sonreír. —¡Ay, mujer! No se preocupe. Aquí se está muy fresco —le dije, mientras me sentaba en un taburete de corcho muy bajo. La mujer me tendió un cuenco también de corcho lleno de algo blanco y después se sirvió otro cuenco para ella—. Muchas gracias. ¡Qué bueno está! Sabe a almendras amargas y a… no sé qué. ¿Qué es? —Es pepino, almendras, limón, agua, un poquito de azúcar, poleo y canela. Esto lo hacemos p’aquí para refrescarnos y tendrá algo más de alimento que el agua de la fuente. ¿Quieres otro cuenco? —No, muchas gracias. Todo estaba hecho con materiales básicos. Los techos eran muy bajos, de adobe, madera y pizarra. En un rincón, colgando de unos llares, había un caldero de cinc y en el suelo restos de rescoldo. En otro rincón había una cama de hierro, casi señorial, cubierta con una bonita colcha de ganchillo que dejaba ver el embozo de una sábana primorosamente bordada y con