La nostalgia del lobo teaser | Page 13

I En el verano de 1970 fue la primera vez que me aventuré a realizar un viaje sola por España, sin más objetivo que el de adentrarme en el país y conocer en profundidad su lengua y su cultura. Ni mi aventura quijotesca ni mi portentosa imaginación hubieran podido imaginar cuanto aconteció. Para entender el dislate de aquel verano, he necesitado el correr de los años y la ausencia del amado. Voy a tratar de describir las contradictorias sensaciones que experimenté: el amor, la solidaridad, el deseo, la culpa, la curiosidad y el miedo, mucho miedo; un terror jamás vivido hasta entonces que he arrastrado cosido a mis entrañas a lo largo de toda mi vida. Para explicarlo, necesito adentrarme en mis rincones más íntimos y sincerarme conmigo misma por tanta confusión, tanto dolor como viví en aquellos intensos días y de lo que, como consecuencia, aprendí después. No sé si mi capacidad para inventarme vidas ajenas me traicionará a la hora de contar la mía. Nací en el seno de una familia ginebrina burguesa y calvinista, formada por un famoso arquitecto y una respetable cirujana. Mis padres me educaron según correspondía a su impoluta moral: pragmática y aséptica, pero liberal y comprometida. En mi familia siempre habíamos estado muy vinculados a España, mi padre se encargó de ello. Yo había terminado mis estudios de sociología y filología española, y aunque creía que conocía bien el país, la realidad era que no sabía nada fuera de su literatura. Me gustan las palabras y por esa razón quería conocerlas todas e incorporarlas a mi léxico, deseaba perderme en sus matices. He de reconocer que estaba fascinada por la historia de España, su lengua y su cultura y, también, por la de América Latina. España siempre me fascinó: Cervantes, Picasso, Machado, Lorca, Buñuel, su Carmen, sus múltiples Cármenes, sus chulapas de mirada intensa y felina, sus toros y toreros y la relación entre Eros y Tánatos propia de esa tierra tan