La muerte del tirano Fidel Castro Suplemento Fidel Castro | Page 27
Fidel Castro, el último representante del Cretácico
Allí se quedó en prenda hasta el ataque al cuartel Moncada (1953). Fidel se reservó para el
Partido Ortodoxo, una formación socialdemócrata con opciones reales de llegar al poder
que lo postuló para congresista. Batista dio un golpe (1952) y Fidel se reinventó para
siempre, con barba y uniforme verde oliva encaramado en una montaña. Era su
oportunidad. Había nacido el Comandante. El Máximo Líder. Sólo se quitó el disfraz
cuando lo sustituyó por un extravagante mameluco deportivo marca Adidas.
¿Qué era para Castro «hacer la revolución»?
Sin duda, llevar hasta las últimas consecuencias las premisas que flotaban en el ambiente en
que se construyó su visión de la realidad política y social: si el capitalismo y la empresa
privada eran nocivos, había que sustituirlos por el Estado-empresario. Si los
norteamericanos eran unos explotadores que habían humillado a los cubanos durante
décadas, había que echarlos del país y salir a combatirlos en todos los escenarios. Si la
burguesía cubana era aliada de los yanquis, ¿qué otro trato merecía que la privación de sus
bienes, la cárcel o el destieero? Si la política cubana había estado plagada por las
desvergüenzas y la corrupción, lo correcto era imponer una sola y disciplinada voz: la de la
revolución, es decir, la de él mismo auxiliado por un partido único.
¿Cómo podía calificarse a Castro en el terreno ideológico?
Era un revolucionario radical, anticapitalista y antiyanqui, dotado de temperamento y de
ademanes fascistas. Sólo que por ese camino, en medio de la Guerra Fría, se desembocaba
en el comunismo y en el modelo soviético, porque solamente la URSS podía insuflar forma
y sentido en la banda armada, desorganizada y caótica que había tomado el poder en Cuba,
y servirle de guardaespaldas al régimen frente a Washington.
La reacción de los cubanos ante Castro fue de absoluto e ingenuo fervor. El Mesías
revolucionario había llegado a salvarlos. Y como la ciudadanía no sentía demasiado respeto
por las instituciones, ni entendía la esencia del Estado de Derecho, porque vivía inmersa y
anestesiada por la cultura revolucionaria, no parecen haber sido muchos los cubanos que se
horrorizaron con los juicios sumarios tras los que se fusilaron a cientos de militares
acusados de asesinatos y torturas al servicio de Batista.
También es posible que en esos años la mayoría del país apoyara la incautación de la prensa
libre, la intervención de las escuelas privadas o la confiscación del aparato productivo,
atropellos a las libertades acompañadas por la arbitraria y muy populista reducción de los
alquileres de las viviendas en un 50 por ciento, medida inmediatamente aplaudida. Era el
preludio para luego confiscarlas.
Igual sucedió con el comercio importante y las grandes industrias. Todo sucedió
vertiginosamente entre los años 1959 y 1960; y, aunque hubo oposición armada y
alzamientos campesinos, la verdad es que la resistencia ante la apisonadora revolucionaria
no fue masiva ni espectacular. Vivir en una cultura revolucionaria había debilitado los
mecanismos defensivos de la sociedad cubana.