La muerte del tirano Fidel Castro Suplemento Fidel Castro | Page 26
Fidel Castro, el último representante del Cretácico
Narcisista, lo que incluye histrionismo, falta total de empatía, elementos paranoides,
mendacidad, grandiosidad, locuacidad incontenible, incapacidad para admitir errores o
aceptar frustraciones, junto a una necesidad patológica de ser admirado, temido o
respetado, expresiones de la pleitesía transformadas en alimentos de los que se nutría su
insaciable ego. Padecía, además, de una fatal y absoluta arrogancia. Lo sabía todo sobre
todo. Prescribía y proscribía a su antojo. Impulsaba las más delirantes iniciativas, desde el
desarrollo de vacas enanas caseras hasta la siembra abrumadora de moringa, un milagroso
vegetal. Era un cubano extraordinariamente emprendedor. El único permitido en el país.
¿Cómo era el mundo en que se formó?
Revolución y violencia en su estado puro. Fidel creció en un universo convulso,
estremecido por el internacionalismo, que no tomaba en cuenta las instituciones ni la ley.
Su infancia (n. 1926) tuvo como telón de fondo las bombas, la represión y la caída del
dictador cubano Gerardo Machado (1933). Poco después, le llegaron los ecos de la Guerra
Civil española (1936-1939), episodio que sacudió a los cubanos, especialmente a alguien,
como él, hijo de gallego. La adolescencia, internado en un colegio jesuita dirigido por curas
españoles, fue paralela a la Segunda Guerra (1940-1945). El joven Fidel, buen atleta, buen
estudiante, seguía ilusionado en un mapa europeo las victorias alemanas. El universitario
(1945-1950) vivió y participó en las luchas a tiros de los pistoleros habaneros. Fue un
gangstercillo. Hirió a tiros a compañeros de aula desprevenidos. Tal vez mató alguno.
Participó en frustradas aventuras guerreras internacionalistas.
Se enroló en una expedición (Cayo Confites, 1947) para derrocar al dominicano Trujillo.
Era la época de la aventurera «Legión del Caribe». Durante el bogotazo (1948), en
Colombia, trató de sublevar a una comisaría de policías. Los cubanos no tenían conciencia
de que el suyo era un país pequeño y subdesarrollado. Como «Llave de las Indias» y
plataforma de España en el Nuevo Mundo, los cubanos no conocían sus propios límites.
Esa impronta resultaría imborrable el resto de su vida. Sería, para siempre, un impetuoso
conspirador dispuesto a cambiar el mundo a tiros. No en balde, cuando llegó a la mayoría
de edad se cambió su segundo nombre, Hipólito, por el de Alejandro.
¿En qué creía?
Fidel aseguró que se convirtió en marxista-leninista en la universidad. Probablemente. Es la
edad y el sitio para esos ritos de paso. El marxismo-leninismo es un disparate perfecto para
explicarlo todo. Es la pomada china de las ideologías. Fidel tomó un cursillo elemental. Le
bastaba. Le impresionó mucho ¿Qué hacer?, el librito de Lenin. Incluso, los escritos de
Benito Mussolini y de José Antonio Primo de Rivera. No hay grandes contradicciones entre
fascismo y comunismo. Por eso Stalin y Hitler, llegado el momento, cogiditos de mano,
pactaron el desguace de Polonia.
Los comunistas cubanos, como todos, eran antiyanquis y estaban convencidos de que los
problemas del país derivaban del régimen de propiedad y de la explotación imperialista
auxiliada por los lacayos locales. Fidel se lo creyó. Sus padrinos ideológicos fueron otros
jóvenes comunistas: Flavio Bravo y Alfredo Guevara. Fidel no militó públicamente en el
pequeño Partido Socialista Popular (comunista), pero su hermano Raúl, apéndice obediente,
sí lo hizo.