LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 64

Markus Zusak La ladrona de libros La mayoría de los niños observaban en silencio. Unos cuantos pusieron en práctica el bello arte infantil de la risa tonta. A la hermana se le acabó la paciencia. —¡No, no puedes...! ¿Qué estás haciendo? Pues Liesel se había levantado y avanzaba lentamente, tiesa como un palo, hacia el frente de la clase. Recogió el libro y lo abrió por una página al azar. —Muy bien —accedió la hermana Maria—. ¿Quieres hacerlo? Hazlo. —Sí, hermana. Tras una breve mirada a Rudy, Liesel bajó los ojos y estudió la página. Cuando volvió a levantar la vista, primero vio la habitación hecha pedazos y al instante recompuesta. Todos los niños estaban impresionados, justo ante sus ojos, y en un momento de gloria se imaginó leyendo la página con total fluidez y sin cometer un solo error, triunfante.  PALABRA CLAVE  «Imaginó» —¡Vamos, Liesel! Rudy rompió el silencio. La ladrona de libros volvió a mirar las letras. Vamos. Esta vez Rudy sólo musitó. Vamos, Liesel. Sus latidos eran cada vez más fuertes. Las frases se desdibujaban. De repente, la página blanca parecía escrita en otro idioma, y no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas. Ni siquiera podía distinguir las palabras. Y el sol. Ese maldito sol. Irrumpió en la clase por la ventana —esquirlas de cristal se esparcieron por todas partes— e iluminó directamente a la impotente niña para gritarle en la cara: ¡Sabes robar libros, pero no sabes leer! Se le ocurrió una solución. Respira que te respira, empezó a leer, pero no el libro que tenía delante, sino un extracto del Manual del sepulturero. Capítulo tres: «En caso de nieve». Lo había memorizado al oír a su padre. —En caso de nieve procure utilizar una buena pala —leyó—. Ha de cavar hondo, no se desanime. No hay forma de ahorrarse el trabajo. —Volvió a tomar un rebujo de aire—. Por descontado, siempre es más sencillo esperar a la hora más cálida del día, cuando... Se acabó. Le arrancaron el libro de las manos. —Liesel, al pasillo —le ordenaron. Mientras le propinaban un pequeño Watschen, tras la mano castigadora de la hermana Maria oyó a los demás riéndose en clase. Los vio. Los niños 64