LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 54

Markus Zusak La ladrona de libros Sin embargo, el padre supo qué decir. Él siempre sabía qué decir. —Bueno, Liesel, prométeme una cosa: si muero pronto, procura que me entierren como es debido —pidió, pasándose una mano por el cabello. Liesel asintió con gran convencimiento. —Nada de saltarse el capítulo seis o el paso cuatro del capítulo nueve. —Se rió, al igual que la mojadora de camas—. Bien, me alegra saber que eso ya está resuelto. Ahora ya podemos empezar. —Se acomodó y sus huesos crujieron como las tablas del suelo—. Empieza la diversión. El libro se abrió... Una ráfaga de viento amplificada por la quietud de la noche. Al recordarlo, Liesel supo con total exactitud en qué estaba pensando su padre cuando hojeó la primera página del Manual del sepulturero. El hombre se dio cuenta de que no era el libro más adecuado por la dificultad del texto. Contenía palabras que incluso a él le resultaban complicadas, por no mencionar lo morboso del tema. En cuanto a la niña, sintió un repentino deseo de leerlo que ni siquiera se molestó en analizar. Tal vez, en cierto modo, deseaba asegurarse de que su hermano había sido enterrado como era debido. Fuera cual fuese la razón, sus ansias de leer el libro eran todo lo intensas que pueden llegar a ser en un humano de diez años. El primer capítulo se titulaba «Primer paso: elección del equipo apropiado». En un breve párrafo introductorio se esbozaba el tema que tratarían las veinte páginas siguientes, se detallaba las clases de palas, picos, guantes y herramientas por el estilo que existían y se ilustraba sobre la obligación de conservarlas del modo correcto. Un enterramiento era algo serio. Mientras Hans lo hojeaba, sentía los ojos de Liesel clavados en él. Se posaron sobre él y lo apresaron a la espera de que saliera algo de sus labios. —Ten. —Volvió a acomodarse y le tendió el libro—. Mira la página y dime cuántas palabras reconoces. La estudió... y mintió. —La mitad, más o menos. —Léeme algunas. Está claro que no pudo. Cuando le pidió que le señalara las que conocía y que las leyera en voz alta, contó tres en total: las tres que el alemán suele utilizar para el artículo definido. La página debía de tener unas doscientas palabras. Puede que sea más difícil de lo que yo creía, pensó Hans. Liesel lo sorprendió mientras lo pensaba, aunque fuera sólo un instante. Hans tomó impulso, se puso en pie y salió de la habitación. 54