LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 382

Markus Zusak La ladrona de libros Todos intentaron esquivar el rictus desdeñoso de Reinhold Zucker cuando reanudaron el viaje de vuelta al campamento. —Os dije que tendríamos que haberlo puesto boca abajo —rezongó alguien. A veces, alguno lo olvidaba y descansaba los pies sobre el cadáver. A la llegada, todos intentaron escaquearse para no sacarlo del camión. En cuanto el trabajo estuvo hecho, Hans Hubermann apenas tuvo tiempo de dar unos pasitos antes de que el dolor de la pierna lo hiciera caer. Una hora después, tras el reconocimiento médico, le confirmaron la fractura. El sargento estaba cerca y se lo quedó mirando con un esbozo de sonrisa. —Bien, Hubermann, por lo visto te has salido con la tuya, ¿eh? —Negó con la redonda cabeza, le dio una calada al cigarrillo y le facilitó una lista de lo que ocurriría a continuación—: Tú reposarás, ellos me preguntarán qué hacemos contigo y yo les diré que has realizado un gran trabajo. —Le dio una nueva calada—. Y creo que añadiré que ya no nos sirves en la LSE y que deberían enviarte de vuelta a Munich y ponerte a trabajar en una oficina o a limpiar lo que haga falta por allí. ¿Qué te parece? —Me parece bien, sargento —respondió Hans, incapaz de reprimir una carcajada en medio de una mueca de dolor. Boris Schipper se acabó el cigarrillo. —Maldita sea, ¿qué te va a parecer si no? Tienes suerte de que me gustes, Hubermann. Tienes suerte de ser un buen hombre y de ser generoso con los cigarrillos. En la habitación contigua preparaban la escayola. 382