LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 304

Markus Zusak La ladrona de libros El ladrón de cielos Al final resultó que el primer bombardeo no fue un bombardeo. Si la gente se hubiera quedado a esperar los aviones, habrían pasado allí toda la noche. Eso explicaría por qué ningún cucú avisó por la radio. Según el Molching Express, cierto controlador de una torre de fuego antiaéreo se había puesto un poco nervioso. Juraba que había oído el ruido de los aviones y los había visto en el horizonte. Él había dado la voz de alarma. —Podría haberlo hecho a propósito —comentó Hans Hubermann—. ¿Te gustaría estar sentado en una torre de fuego antiaéreo disparando a aviones cargados de bombas? Como es lógico, siguió leyendo Max en el artículo en el sótano, el hombre de tan viva imaginación había sido relevado de su puesto. Seguramente lo destinarían a algún servicio en alguna parte. —Que tenga suerte —dijo Max. Parecía saber lo que le deparaba. Pasó a los crucigramas. El siguiente bombardeo fue real. La noche del 19 de septiembre, el cucú avisó por radio. A continuación, una voz grave y desapasionada que anunció Molching entre los posibles objetivos. Himmelstrasse volvió a convertirse en un sendero de gente y Hans volvió a olvidarse el acordeón. Rosa le recordó que se lo llevara, pero él se negó. —No me lo llevé la última vez y sobrevivimos —explicó. Estaba claro que la guerra confundía los límites entre la lógica y la superstición. Una inquietante sensación los siguió hasta el sótano de los Fiedler. —Creo que esta noche va en serio —comentó el señor Fiedler. Los niños enseguida se dieron cuenta de que sus padres estaban bastante más preocupados que en la anterior ocasión. Reaccionando de la única manera que sabían, los más pequeños empezaron a chillar y a llorar cuando la habitación pareció tambalearse. 304