LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 302
Markus Zusak
La ladrona de libros
Como suele pasarme con los humanos, cuando leo lo que la ladrona de
libros escribió sobre ellos, los compadezco, aunque no tanto como a los que en
aquella época recogí a paletadas en varios campos. Por descontado que los
alemanes de los sótanos merecían mi compasión, pero al menos ellos tenían una
oportunidad de salvarse. Ese sótano no era una ducha de gas. Para esa gente, la
vida todavía era posible.
Los minutos iban calando en el corro irregular.
Liesel le daba la mano a Rudy y a su madre.
Sólo la entristecía un pensamiento.
Max.
¿Cómo iba a sobrevivir Max si las bombas llegaban a Himmelstrasse?
Estudió el sótano de los Fiedler. Era bastante más sólido y profundo que el
del número treinta y tres de Himmelstrasse.
Le preguntó a su padre en silencio.
¿También piensas en él?
Tanto si la muda pregunta llegó a su destino como si no lo hizo, Hans le
respondió con una breve inclinación de la cabeza. Unos minutos después
llegaron las tres sirenas de paz transitoria.
La gente del número cuarenta y cinco de Himmelstrasse se sumió en el
alivio.
Algunos cerraron los ojos con fuerza y volvieron a abrirlos.
Un cigarrillo pasó de mano en mano.
Cuando Rudy Steiner iba a acercárselo a los labios, su padre se lo quitó de
un manotazo.
—Tú no, Jesse Owens.
Los niños abrazaron a sus padres, y todavía tuvo que pasar un rato para
que todos fueran completamente conscientes de que estaban vivos y de que
iban a seguir estándolo. Sólo entonces se atrevieron a subir los escalones que
desembocaban en la cocina de los Fiedler.
Fuera, una procesión de gente recorría la calle en silencio. Muchos de ellos
alzaban la vista al cielo y daban gracias a Dios por sus vidas.
Cuando los Hubermann regresaron a casa, se dirigieron directamente al
sótano, pero parecía que Max no estaba allí. La lámpara apenas tenía una
llamita anaranjada y no se lo veía ni se lo oía por ninguna parte.
—¿Max?
—Ha desaparecido.
—Max, ¿estás ahí?
302