LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 300

Markus Zusak La ladrona de libros idoneidad del refugio, al menos también les garantizaba que oirían las tres sirenas que anunciaban el final del bombardeo y que estaban a salvo. No les haría falta un Luftschutzwart, un vigilante antiaéreo. Rudy no tardó mucho en encontrar a Liesel. Su cabello apuntaba al techo. —¿No es genial? Liesel no pudo reprimir cierto sarcasmo. —Encantador. —Venga, Liesel, no seas así. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir, además de acabar aplastados o fritos o lo que sea que hagan las bombas? Liesel miró a su alrededor, fijándose en los rostros de los demás. Empezó a elaborar una lista con los más asustados.  LA LISTA NEGRA  1. Frau Holtzapfel 2. El señor Fiedler 3. El joven 4. Rosa Hubermann Los ojos de frau Holtzapfel estaban tan abiertos que parecían imposibles de cerrar. Tenía el enjuto cuerpo encorvado y su boca era un círculo. Herr Fiedler se distraía preguntando a la gente, a veces repetidamente, cómo estaba. El joven, Rolf Schultz, se mantenía apartado en un rincón, musitando palabras al aire que lo envolvía, fustigándolo. Tenía las manos cimentadas en los bolsillos. Rosa se mecía con suavidad. —Liesel —la llamó en un susurro—, ven aquí. Cogió a la niña por la espalda y la estrechó con fuerza contra ella. Cantó una canción, pero en voz tan baja que Liesel apenas la oyó. Las notas nacían en su aliento y morían en sus labios. A su lado, Hans permanecía callado e inmóvil. En cierto momento, colocó su cálida mano sobre el frío cráneo de Liesel. Vivirás, decía el gesto, y tenía razón. A su izquierda estaban Alex y Barbara Steiner con sus hijas pequeñas, Emma y Bettina. Las niñas se aferraban a una pierna de su madre. El hijo mayor, Kurt, miraba al frente, cual efigie perfecta de las Juventudes Hitlerianas, y le daba la mano a Karin, diminuta incluso para tener siete años. Anna-Marie, de diez, jugaba con la pulposa superficie de la pared de cemento. Al otro lado de los Steiner estaban Pfiffikus y la familia Jenson. Pfiffikus se abstenía de silbar. El barbudo señor Jenson abrazaba a su mujer con fuerza, y sus dos hijos tan pronto estaban callados como no dejaban de hablar. De vez en cuando se 300