LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 262

Markus Zusak La ladrona de libros Hans se sentó en el suelo, en un rincón, ocioso, como de costumbre. Por fortuna, pronto tendría que irse al Knoller con el acordeón. Con la barbilla apoyada en las rodillas, escuchó atento a la niña con quien tantos apuros había pasado para enseñarle el abecedario. Liesel leyó orgullosa, deshaciéndose de las últimas y aterradoras palabras del libro para entregárselas a Max Vandenburg.  LOS ÚLTIMOS PÁRRAFOS  DE «EL HOMBRE QUE SILBABA» «Esa mañana el aire vienés nublaba las ventanillas del tren y, mientras la gente iba a trabajar, ajena a todo, un asesino silbaba su alegre tonada. Compró un billete. Intercambió los corteses saludos de rigor con sus compañeros de viaje y el revisor. Incluso cedió su asiento a una ancianita e inició una educada conversación con un apostador que hablaba de caballos americanos. A fin de cuentas, al hombre que silbaba le encantaba hablar. Hablaba con la gente y acababa ganándose su simpatía y su confianza. Hablaba con ellos mientras los asesinaba, mientras los torturaba y martirizaba con su cuchillo. Sólo silbaba cuando no tenía con quien hablar, por eso también lo hacía después de cometer sus crímenes... »—Entonces, ¿dice que el siete ganará en las carreras? »—Sin duda. —El apostador sonrió de oreja a oreja. Ya se había ganado su confianza—. ¡Aparecerá a sus espaldas y se los llevará a todos por delante! —gritó, haciéndose oír por encima del traqueteo del tren. »—Si usted lo dice... —El hombre que silbaba se sonrió, preguntándose cuánto tardarían todavía en encontrar el cuerpo del inspector en ese BMW recién comprado.» —Jesús, María y José. —Hans no consiguió reprimir la incredulidad—. ¿Y te lo dio una monja? —Se levantó y empezó a prepararse para marchar después de besarla en la frente—. Adiós, Liesel, el Knoller me espera. —Adiós, papá. —¡Liesel! No se dio por aludida. —¡Baja a comer algo! Decidió responder. —Voy, mamá. En realidad le dirigió esas palabras a Max mientras se acercaba para dejar el libro terminado en la mesilla de noche junto a todo lo demás. Teniéndolo tan cerca, no pudo reprimirse. —Vamos, Max —susurró. Ni siquiera el rumor de los pasos a su espalda anunciando la llegada de la madre impidió que Liesel se echara a llorar en silencio. Rosa la atrajo hacia sí. La engulló entre sus brazos. 262