LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 208

Markus Zusak La ladrona de libros os atienda detrás del mostrador de la tienda de la esquina, sino quien se siente en la trastienda a fumar en pipa. Antes de que os deis cuenta, estaréis a sus órdenes por un salario irrisorio mientras que él apenas podrá caminar de tanto que le pesarán los bolsillos. ¿Os quedaréis ahí parados? ¿Se lo permitiréis? ¿Os quedaréis de brazos cruzados como lo hicieron vuestros gobernantes en el pasado, cuando entregaban vuestra tierra a cualquiera, cuando vendían vuestro país por unas cuantas firmas? ¿Os quedaréis ahí parados, impotentes? —Trepó a la siguiente cuerda—. ¿O subiréis a este cuadrilátero conmigo? Max se estremeció. El terror le revolvió el estómago. Adolf acabó con él. —¿Subiréis aquí conmigo para poder derrotar juntos a este enemigo? En el sótano del número treinta y tres de Himmelstrasse, Max Vandenburg sintió los puños de toda una nación. Uno a uno, subieron al cuadrilátero y lo vapulearon. Lo hicieron sangrar. Lo dejaron sufrir. Millones, hasta que al fin, cuando consiguió ponerse en pie... Miró a la siguiente persona que trepaba por las cuerdas. Era una niña y, a medida que avanzaba por la lona, se fijó en la lágrima que le rodaba por una de las mejillas. Llevaba un periódico en una mano. —El crucigrama está sin hacer —dijo con dulzura, y se lo tendió. Oscuridad. Sólo oscuridad. Sólo el sótano. Sólo el judío. Un nuevo sueño: pocas noches después Era por la tarde. Liesel bajó las escaleras del sótano. Max estaba a mitad de sus flexiones. Se lo quedó mirando unos momentos, sin que él se diera cuenta, y cuando apareció a su lado y se sentó, él se levantó y se apoyó contra la pared. —¿Te he contado que últimamente tengo un nuevo sueño? —le preguntó a Liesel, que cambió de postura para poder verle la cara—. Pero sólo cuando estoy despierto. —Señaló la mortecina lámpara de queroseno con un gesto—. A veces apago la luz y me quedo de pie a esperar. —¿Qué aparece? —No qué, sino quién —la corrigió Max. Liesel no dijo nada. Era una de esas conversaciones que requieren cierto tiempo entre las intervenciones. —¿A quién esperas? Max no se movió. 208