LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 198
Markus Zusak
La ladrona de libros
El libro flotante (parte I)
Un libro bajaba flotando por el río Amper.
Un niño se zambulló, lo atrapó y lo agitó en el aire. Sonreía de oreja a oreja.
Esperaba, hundido hasta la cintura en las gélidas aguas de diciembre.
—¿Y ese beso, Saumensch? —preguntó.
El aire a su alrededor era de un frío cautivador, extraordinario y
nauseabundo, por no hablar del atenazante dolor provocado por el abrazo del
agua, que se iba apelmazando desde los dedos de los pies hasta las caderas.
PEQUEÑO AVANCE SOBRE
RUDY STEINER
No merecía morir como murió.
Al imaginarlo, ves los márgenes empapados del papel todavía pegados a
sus dedos, ves un tembloroso flequillo rubio y, anticipándoos, concluyes, como
lo haría yo, que Rudy murió ese mismo día de hipotermia. Pues no. Esta clase
de recuerdos no hacen más que demostrarme que no merecía lo que la suerte le
deparó menos de dos años después.
Llevarse a un chico como Rudy podría considerarse un robo por diversos
motivos —tanta vida por delante, tantas razones por las que vivir— y, sin
embargo, estoy segura de que le habría encantado ver los horribles escombros y
la hinchazón del cielo la noche en que murió. Si hubiera podido ver arrodillada
a la ladrona de libros junto a su cuerpo diezmado, habría gritado de alegría y
girado sobre sí mismo y sonreído. Le habría encantado contemplarla besándole
los polvorientos labios devastados por las bombas.
Sí, lo sé.
En la profunda oscuridad de mi corazón de siniestros latidos, lo sé. Le
habría gustado, sin duda.
¿Lo ves?
Hasta la muerte tiene corazón.
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