LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 139
Markus Zusak
La ladrona de libros
Fiel a su número de la suerte, el trece, contaba los pasos en grupos de esa
cifra. Sólo trece pasos, se animaba. Vamos, trece más. Contados por encima,
habría unas noventa tandas hasta la esquina de Himmelstrasse.
Llevaba la maleta en una mano.
La otra todavía no había soltado el Mein Kampf.
Ambos pesaban y las manos le sudaban ligeramente.
Giró en la esquina, hacia el número treinta y tres, resistiéndose a sonreír,
resistiéndose a sollozar o siquiera a imaginar la salvación que podría estar
aguardándolo. Se dijo que no corrían tiempos para abandonarse a la esperanza,
aunque casi pudiera tocarla. La sentía cerca, en algún lugar fuera de su alcance;
sin embargo, en vez de dejarse convencer, volvió a repasar qué debía hacer si lo
atrapaban en el último momento o si, por cualquier razón, dentro lo esperaba la
persona equivocada.
Claro que tampoco podía deshacerse de la acuciante sensación de estar
pecando.
¿Cómo podía hacer una cosa así?
¿Cómo podía presentarse y pedirle a nadie que arriesgara su vida por él?
¿Cómo podía ser tan egoísta?
Treinta y tres.
Intercambiaron una mirada.
La casa estaba pálida, casi parecía enferma. Tenía una verja de hierro y una
puerta marrón manchada de escupitajos.
Sacó la llave del bolsillo. No lanzó ningún destello, descansaba apagada y
mustia en la palma. Cerró la mano y la estrujó como si esperara que el metal
chorreara hacia la muñeca. Pero no. El metal era duro y plano, con una sana
hilera de dientes. Lo siguió apretando hasta que se le clavó en la mano.
A continuación, poco a poco, el luchador se inclinó hacia delante, la mejilla
apoyada en la madera, y arrancó la llave del puño cerrado.
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