La historia viva de nuestro Pueblo | Page 38

Bobe Sara, abuela de Daniela Hernán Gitlin, abuelo de Ariel y Axel Fernández Gitlin Querida Daniela, El Sidur se estableció luego de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalem. Los sabios declararon que la oración es un sustituto aceptable de los sacrificios de animales que se realizaban en la época del Templo. Los rezos fueron y son usados como modo de pedir, agradecer o solicitar perdón por una mala acción. El Sidur ocupa un lugar importante en nuestra familia Horowitz como Rozemblum. En esta última, mi padre Salomón, tu bisabuelo, tenía varios sidurim. Como rezaba los tres rezos diarios llevaba un Sidur en su bolsillo. De chica en mi casa, había sidurim, Tanaj y Talmud por todos lados. Mi papá leía Guemará todas las tardes al volver del trabajo. Él nos enseñó a comenzar el día diciendo “Mode Aní” y agradeciendo a D’s por despertarnos diciendo “Shemá Israel” antes de ir s dormir. Este último rezo es quizás el más importante del judaísmo, lo decimos frente a peligros, situaciones difíciles, etc. El Sidur que te regalamos es parte importante de la tradición judía. Te invito a apropiarte de ella, a hacerla tuya y transmitírsela a tus hijos. Espero que encuentres sabiduría en el Sidur, que te acompañe, que tal vez satisfaga tus inquietudes y fortalezca tu pertenencia a la comunidad judía. Esperando disfrutes su lectura y valorándote muchísimo como persona. Relato de nuestros abuelos Pag. 38 “El Misterio del Sidur” Mi abuelo materno había llegado a la Argentina desde Odesa, ciudad en la que vivía mi bisabuelo, quien había logrado que sus hijos emigraran para salvarse de los pogroms. Corría el año 1903. Cuando yo tenía cinco o seis años, mi abuelo me llevaba al Templo de Paso, del que había sido uno de los fundadores. Eran mis primeros contactos con el judaísmo. Todo era nuevo para mí. Ver a la mayoría de los hombres cubiertos por talitim enormes y utilizando kipot como ya hoy no se ven. Eran todas de color negro y cuadradas que cubrían toda la cabeza, no como las de ahora, mínimas, que solo cubren la parte superior. En el templo no había órgano, y el coro cantaba “a capella”. En aquel entonces, como no conocía otro templo me parecía lo común que el coro estuviera instalado en el medio del salón, limitado en un rectángulo de madera. Y el director era un señor mayor, de apellido Scliar, cuyo rostro curiosamente después de tantos años aún recuerdo, con su vestimenta negra y una kipá negra y cuadrada sobre su cabeza. Cada banco tenía, en el respaldo de la fila del banco anterior un atril para poder ubicar libros, que se podía abrir levantándolo para guardar los libros de rezo. Allí los tenía mi abuelo. Y pasaron los años y mi abuelo falleció cuando yo tenía 14 años. Mi abuelo vivía en un departamento muy grande con dos hijas solteras - mis tías -, quienes siguieron viviendo en el mismo y conservando todos objetos de mi abuelo. Alguna vez, como recuerdo de mi abuelo me dieron su lupa de joyero, que aún conservo, pero cuando ya mayor, pregunté por el Sidur, nadie supo contestarme. Y pasaron muchos más años, y un día caminando cerca de mi casa observé que en la vereda alguien había tirado muchos libros, casi todos encuadernados. Y me dio mucho fastidio ver que se despreciaba de tal forma lo que muchas personas se habían tomado el trabajo de escribir. Y revisando los libros encontré un viejo Sidur y oh! sorpresa, estaba escrito en hebreo y ruso. Según pude leer era una edición de 1914. Sus tapas evidenciaban el paso del tiempo, pero estaba completo. Mi mente se retrotrajo a mi abuelo y pensé que otro abuelo habría venido de Rusia con ese preciado libro. La suerte quiso que lo encontrara y por supuesto que me lo lleve y es para mí hoy el reemplazo de aquel Sidur que nunca encontré. De alguna forma fueron dos misterios, la desaparición del Sidur de mi abuelo y el recupero de un Sidur de algún otro abuelo, cuyos nietos tampoco tendrán. Relato de nuestros abuelos Pag. 39