Adriana Sacerdote de Zak, abuela de Magali Zak
Éramos un grupo de adolescentes muy heterogéneo. Teníamos entre 12
y 15 años. Pero todas vivíamos un denominador común: el nerviosismo.
Era el Shabat de Januka del 14 de diciembre de 1963. El Rabino nos hablo
con su acento característico en privado: seréis las primeras mujeres en
ascender a la Tora, el primer grupo de Bet El y posiblemente de la Argentina. Y recibimos de sus manos nuestro primer Sidur con una magnifica
dedicatoria. Aun lo conservo y atesoro. Recuerdo mi disfonía pasajera al
dirigir a la Comunidad en Shajarit y mi enorme emoción al leer el pasuk
de la Tora que me fue asignado. Escribo estas líneas entre lagrimas de
emoción por los hermosos recuerdos que creí adormecidos y que afloraron
a mi mente y mi corazón gracias a mi nieta, mi dulce y adorada Magali.
Gracias, Rabino Marshall Meyer, mi more, el que me enseño que “nuestro
corazón es un santuario y que D* entra en aquel que se abre para recibirlo”. Un agradecimiento especial a mis padres por iniciarme en el camino
de la Tora y sus preceptos. Y un muy especial y enorme GRACIAS a Bet
El, en el que viví por años hermosas e inolvidables experiencias de vida,
por permitirme evocar esos momentos tan caros, que me hacen reflexionar
que “50 años no son nada”.
Relato de nuestros abuelos
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Norberto Benito Popritkin y Ana Ester Frenkiel de Popritkin,
abuelos de Magali Zak
Como tantas personas que han perdido a sus seres queridos en esos horrendos
campos de concentración, yo también sufrí lo mismo. No tuve la suerte de
conocer a mis abuelos, ni a mis tíos. Soy hija única de padres que llegaron a
Argentina sin familia. Con el tiempo, ellos se enteraron que sobrevivió una tía,
hermana de mi mama, que vivía en Israel con su marido y un hijo. Otro tío,
hermano de mi papa fue a vivir a Brasil, al que conocí recién a los cinco años,
cuando pudimos viajar para Brasil, y recién entonces los hermanos se reencontraron y así conocimos a toda su familia. Hasta entonces solo eran cartas que
iban y venían.
A mis tíos de Israel nunca pude conocer, solo por fotos y cartas que llegaban
tras larga espera, pues el correo en ese entonces demoraba muchísimo, no existía la computadora. Eran cartas escritas en Idish, y mi mama también me dictaba a mí para escribirle a mi tía, a la cual aprendí a quererla a ella y a su familia a través del papel. Yo había aprendido el Idish en el shule al que iba. Antes
de mi casamiento recibí un regalo que me lo había enviado mi tía de Israel, era
un Sidur hermoso, con tapas plateadas e incrustaciones de piedras, que atesoro
con mucho cariño. Lamentablemente mis tíos fallecieron sin haber podido conocerlos, y lo peor, que mi mama y su hermana nunca pudieron reencontrarse.
Pero en la vida siempre hay recompensas y en algún momento ocurren cosas
que el destino nos tiene preparadas. Un día, mi papa caminando por la calle
Federico Lacroze, levanta la vista y en un negocio ve una marquesina en la
que estaba escrito el mismo apellido que el de él. Era una marroquinería, entro
a preguntar y ¡Oh sorpresa!, resultaron ser primos hermanos, que también
los había separado la guerra. Nunca podré olvidar aquel Seder, al que fuimos
invitados por ellos, y conocimos a toda esa rama de la familia que ni sabíamos
que existía. Se hizo toda la ceremonia, se leyó la Hagadá, cantamos y todo fue
hermoso.
Me viene a la memoria una frase de la Mishná, que dice: “El verdadero rico es
el que está contento con lo que tiene”, y cuando hablamos de riqueza, no nos
referimos solamente al dinero. Se es rico en ideas, en proyectos, en sentimientos, en buenos deseos, en conocimientos, en amigos, en tener una familia a
quien querer y que nos quiera. También se es rico al poder ayudar y en hacer
sentir bien a los de ?:2?GWfR?7VW'FRFR66&?R6??V????'&R?&f????6???FRFV?W"7VG&?????2?FR&V6?&F"??Vw,:?FR7V?F?V???2&V6?&?W&??7R6?GW ????&?FV?V??2?6????WF?2???vƒ??VW7G&??WF???"W7F?'&V6?&? ?7R6?GW"?&V?F?FR?VW7G&?2'VV??0??r?#p??