LA CREACIÒN DE UN NUEVO AGENTE BIOQUÌMICO
El armamento químico se diferencia de las armas convencionales o armas nucleares porque sus efectos destructivos no se deben principalmente a una fuerza explosiva. El uso ofensivo de organismos vivientes (como el Bacillus anthracis, agente responsable del carbunco) es generalmente caracterizado como arma biológica, más que como arma química; los productos tóxicos producidos por organismos vivos (p. ej., toxinas como la toxina botulínica, ricina o saxitoxina) son considerados armas químicas.
Grupo 1 – No tienen prácticamente ningún uso legítimo (si existe alguno). Solo son utilizadas para investigación o con objetivos médicos, farmacéuticos o defensivos (Ej. prueba de sensores de armas química o trajes de protección). Entre estas sustancias se encuentran los agentes nerviosos, la ricina, lewisita y el gas mostaza. Cualquier producción de más de 100 g debe ser notificada a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas y ningún país puede tener almacenada más que una tonelada de estos químicos.
Grupo 2 - Estas sustancias no cuentan con usos industriales a gran escala, pero pueden aplicarse con efectos considerables a pequeña escala. Algunas de ellas son el dimetil metilfosfonato, precursor del sarín pero que es también utilizado como material no inflamable, y el Tiodiglicol, el que es precursor químico utilizado para la fabricación de gas mostaza pero que también es ampliamente usado como solvente en tintas.
Grupo 3 – Sustancia que tienen usos industriales importantes a gran escala. Entre ellas se encuentran el fosgeno y la cloropicrina. Ambos han sido utilizados como armas químicas pero el fosgeno es un componente importante para la fabricación de plásticos y la cloropicrina es usada como pesticida. Se debe informar de cualquier planta que produzca más de 30 t al año y puede ser inspeccionada por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas.
Las armas químicas han sido usadas en muchas partes del mundo durante cientos de años pero la «moderna» guerra química comenzó durante la Primera Guerra Mundial, aunque el primer país de la historia en usar masivamente estas armas fue España en 1925 durante la guerra del Rif, empleando masivamente en sus ataques el gas mostaza, mediante proyectiles de artillería o bombardeos aéreos. Inicialmente sólo se usaban conocidos productos químicos comerciales y sus variantes. Esto incluía el cloro y el gas fosgeno. Los métodos de dispersión de estos agentes durante el combate eran relativamente poco precisos e ineficientes.