Tras el ocaso de los socialismos reales y el advenimiento de la llamada “globalización”, se abre en nuestra región una oportunidad histórica para replantear demandas políticas y económicas cuyo horizonte no podría ser sino la profundización de nuestras democracias y la abolición de los excesos e injusticias promovidas por el neoliberalismo. La forzada dicotomía entre el mundo capitalista y el mundo socialista, propio de la Guerra Fría, es hoy opacada por la contradicción histórica entre sociedades oligárquicas excluyentes y sociedades democráticas y participativas.
El imperativo político latinoamericano, en la hora actual, no es otro que avanzar hacia formas democráticas capaces de acabar con la insultante miseria y desigualdad de los más, formas democráticas en que los derechos humanos y las libertades civiles y el pluralismo sean una realidad tangible. Una democracia, en fin, que promueva la paz y no la carrera armamentista, una democracia que promueva la integración regional y no añejos nacionalismos. En un mundo que va dejando atrás las cicatrices de la Guerra Fría, ha llegado el tiempo de repensar América Latina como espacio propicio para un cambio genuino y profundo que nos lleve a participar del mundo global con la dignidad de todos sus pueblos.