VIÑETA 1: SUBIDA A UNA MONTAÑA
QUE NO TENÍA NADA DE MÁGICA
—¡Cristina! ¿Quieres hacer el favor de dejar los brazos
muertos para que te pueda poner la camiseta de una santa vez?
Très bien, y ahora los pantalones. Así, ¡bien! No, la blusa no te
la pongo hasta que no hayas desayunado, que todos sabemos
qué pasa cuando tienes nervios en la barriga. El nesquik acaba
saliendo por donde ha entrado, y ¡hala!, vuelve a cambiar a la
niña de arriba abajo. ¡Vamos, que llegaremos tarde!
De repente sentí un fuerte estirón en el brazo izquierdo,
el perezoso, como le llamábamos en casa, porque la parálisis
me afectó más de ese lado. Mamá había conseguido meterlo
dentro del agujero de la prenda de ropa que estrenaba aquel
día. Por suerte, se trataba de un chaleco y, por tanto, no tenía
mangas antipáticas donde mis brazos rígidos solían perderse
sin encontrar el camino de salida. Recuerdo que estaba hecho
con una suerte de polipiel roja, muy de moda en aquellos finales
de los años sesenta. Hacía conjunto con unos pantalones
de cuadros escoceses que me había hecho ella misma. Tenía un
cierre metálico en forma de flor que a mí me entusiasmaba,
porque era muy fácil de abrochar y desabrochar.
Dichosamente nací diestra, cosa que me permitía prescindir
de aquel lado mío tan siniestro, tan rebelde a la hora de