EL SUEÑO AMARAILLO DE MARCO
Graciela
- ¡¿Dónde estoy?! – pregunté con desesperación a la nada, a esa molesta y amarilla nada.
- Estás justo donde debes estar – respondió una voz interna – No existe otro lugar para ti,
estás aquí y no pierdas tiempo preguntando dónde es aquí. Agradece que estás y no eres en
otra cabeza.
Esa voz, ni siquiera en lo desconocido me dejaba tranquilo.
- No veas atrás ni a los lados – continuó – perderás el camino y caerás al profundo amarillo.
- ¿Cómo saber si voy por el camino correcto? Aquí no se distingue nada. No hayo
referencia alguna y lo único que sobresale en este jodido lugar soy yo – dije casi llorando.
En ese momento, mi espíritu experimentó un estado de debilidad. Sentía como mi
corazón
se encogía de poco en poco y a mi estómago le faltaba nada para derretirse por
completo.
Estaba asustado y mi orgullo se reía de mí. No daría otro paso sin antes volverme loco.
- No te pierdas, sigue el camino – escuche decir a mi conciencia, pero esta
vez su voz se
percibía a otra distancia, una más lejana.
Desesperado y con un paso de más comencé a llorar; entonces, me desplomé. Me
encontraba en ese extraño lugar sin nada más que mi cuerpo y mi conciencia. Todo se
dibujaba color amarillo, me sentía en un campo de trigo y tenía unas
inmensas ganas de
saltar al vacío, de terminar, de una vez por todas, con mi absurda
presencia ocupada en
aquél lugar.
Un minuto, cinco más, una hora tenía que pasar para percatarme de la realidad: ahí no
existía vacio alguno. ¿A dónde debo saltar? ¿Con qué me he
de ahorcar? ¡Es imposible
volarme los sesos con color amarillo! ¡Carajo! No encuentro manera de salir.
Tarde en darme cuenta que mi cuerpo quedó inerte en
el suelo, o en el techo, o lo que fuera
esa superficie amarilla sobre la que me encontraba.
Qué gracia me causó cuando por mi mente se cruzó la idea de maldecir a
todos – Aquí no
hay un alma, no puedo maldecir lo ausente, eso sólo lo hacen los cobardes
- pensé.
No encontraba calma en ese lugar y mi puta conciencia me había abandonado, o si acaso
seguía conmigo, la desgraciada enmudeció para joderme aún más la soledad, mi amarilla
soledad.
…
Desperté sudando frio y con un terrible dolor de cabeza. Me pesaban, más
de lo que
acostumbraban, el pecho y las ideas. Me incorporé en mi cama y al verlo
me sobresalté; ahí
estaba, pegando sus cabellos en mi ventana y me miraba desde afuera. Ese
molesto y
amarillo vacio. Era un día nuevo y estaba regresando al mundo de mi pesadilla, de mi
sueño amarillo.
La Esfera -31-