MENTIRAS LLENAS DE AMOR
Naomi Macías Honti
Esta es mi historia o parte de ella, pues esta no empieza
conmigo sino con él.
Esa mañana llevaba conmigo la mochila prácticamente
vacía. Era una costumbre, en clases no solíamos usar ninguna libreta de apuntes o libro de texto. Para ser sinceros,
era la razón de que me hubiera metido a esa preparatoria
dos años atrás.
El día anterior había encontrado en mi asiento una pequeña nota. Sencilla, sin ninguna firma y con letra apresurada. Me pedía que durante el cambio de hora me encontrara con la persona en el jardín este.
La inocencia, quiero pensar, me llevó a enseñarles la nota
a mis amigas. Era su culpa, por sus estúpidas suposiciones, que ahora me sintiera tan nerviosa. Durante toda la
noche intenté tranquilizarme y reconocer la realidad: no
había nada especial en mí. Pero eso era ayer y ahora me
encontraba nerviosa y que la dicha persona no apareciera,
no calmaba demasiado los nervios.
Escuché pasos apresurados y enseguida busqué con la mirada al causante. Lo observé desde lejos sintiendo como
mi corazón se aceleraba. ¿Era él? ¿Sería él quien había
puesto la nota?
Tonta, regresa a la realidad. Pero no pude apartar
mis ojos de él mientras se acercaba. Me dirigió
una rápida mirada, en cuanto nuestros ojos se
encontraron apartó la mirada, se concentró en el
camino frente a él. Pasó al lado de mí sin detenerse o aminorar el paso. Si mi corazón fuera
de vidrio podría escuchar cómo se quebraba en
pedazos. Como los pedazos rompían el silencio al
caer al frio suelo.
Sentí una mano en mi espalda. Me gire rápidamente, más para apartar la mirada del chavo que
ahora se perdía en la distancia. Alguien desconocido me miraba con una sonrisa, mantuvo su
mano en mi hombro. Ladeé la cabeza tratando
de reconocerlo. Nada. Ni quién era, ni su cara. Si
no me hubiera dado la nota, quizá nunca hubiera
sabido siquiera que estábamos en la misma preparatoria. Su sonrisa era cálida y rápidamente me
la contagió, sentí como el frio de la mañana iba
desapareciendo de mi cuerpo.
― ¿Saldrías conmigo? ―preguntó sin rodeos.
Miles de respuestas se alzaron en mi mente pero
no logré decir ninguna. Una parte de mi quería
aceptar, había algo en el que me llenaba de confianza y fuerza, quizá su sonrisa o sus ojos claros.
Pero era lo mismo de antes, no sabía quién era.
Y eso ahora me mortificaba. Quería saber qué le
gustaba. Qué odiaba. Qué deporte practicaba. Qué
hacía en su tiempo libre. Quería saberlo todo y
aun no conocía nada― Sé que no me conoces y
esto te puede parecer algo exagerado y rápido, no
tengo nada que demuestre que voy en serio ni tu
confianza ni tu amistad pero…
Dejó las palabras en el aire sorprendido. De un
momento a otro, yo, sólo yo con mis cinco sentidos y por mi propia voluntad, di un paso al frente
y lo rodeé con mis brazos. No me pregunté qué
me pasaba, no cuestioné mis acciones. No tenía
sentido hacerlo, así como no hacerlo. En el fondo,
sabía, que desde el momento que lo había visto
ya había tomado mi decisión. ¿Quién es? ¿Qué
importa? Ahora tenemos muchos días por delante
para conocernos