llegaba y yo la saludaba; le
acercaba la silla; platicábamos;
reíamos; Astrea se iba y yo
quedaba solo. No había sonido
pero de eso se trataba.
Una sonrisa triunfal apareció
en mi cara al tiempo que el
video acababa. Al mirar a mi
madre la sonrisa desapareció.
Que rápido podía quitarme
cualquier rastro de felicidad.
Aparté la mirada y desconecté
la memoria. Me encerré en
mi cuarto en cuanto recuperé el video. ¿Por qué? Es mi
cuarto, no necesito una razón
para encerrarme en él. ¿Por
qué? No había respuesta, o al
menos no una que quisiera
pensar.
Admiré las paredes, esto era lo
único que podía alegrarme sin
importar que pasara. Las fotos
cubrían el tapiz que quedaba
debajo de ellas. En las fotos
podía contemplar lo mismo:
Astrea y yo.
Eran todos mis recuerdos y
momentos con ella. En la escuela, en la calle, en el parque,
en el auto de su padre, en la
cafetería, en el restaurante y en
la tienda. Eran todos mis recuerdos y momentos con ella.
Conecté el aparato a la computadora, del video salieron
fotografías (otras que tendría
que pegar en la pared) y, finalmente, el archivo se guardó
junto con los demás.
Mientras la computadora se
iba cargando, me vestí con la
misma ropa que usaba para
salir a la calle. Una vez listo
agarré la cámara y salí del
cuarto. Mi madre preparaba
algo en la cocina, escuchó la
puerta y se acercó corriendo.
Sonreía y señalaba la cocina.
Astrea me espera. Me agarró
de la mano, insistiendo en que
fuera a la cocina o que no me
fuera. Astrea me esperaba. Su
sonrisa crecía cada vez más
y sus mejillas se sonrojaban,
seguramente por el esfuerzo,
pero sus ojos se humedecían.
Aparté la mano y me fui sin
decir nada. ¿Por qué? Astrea
me espera. ¿Por qué? Ella m