La Esfera May. 2014 No.23 | Page 16

llegaba y yo la saludaba; le acercaba la silla; platicábamos; reíamos; Astrea se iba y yo quedaba solo. No había sonido pero de eso se trataba. Una sonrisa triunfal apareció en mi cara al tiempo que el video acababa. Al mirar a mi madre la sonrisa desapareció. Que rápido podía quitarme cualquier rastro de felicidad. Aparté la mirada y desconecté la memoria. Me encerré en mi cuarto en cuanto recuperé el video. ¿Por qué? Es mi cuarto, no necesito una razón para encerrarme en él. ¿Por qué? No había respuesta, o al menos no una que quisiera pensar. Admiré las paredes, esto era lo único que podía alegrarme sin importar que pasara. Las fotos cubrían el tapiz que quedaba debajo de ellas. En las fotos podía contemplar lo mismo: Astrea y yo. Eran todos mis recuerdos y momentos con ella. En la escuela, en la calle, en el parque, en el auto de su padre, en la cafetería, en el restaurante y en la tienda. Eran todos mis recuerdos y momentos con ella. Conecté el aparato a la computadora, del video salieron fotografías (otras que tendría que pegar en la pared) y, finalmente, el archivo se guardó junto con los demás. Mientras la computadora se iba cargando, me vestí con la misma ropa que usaba para salir a la calle. Una vez listo agarré la cámara y salí del cuarto. Mi madre preparaba algo en la cocina, escuchó la puerta y se acercó corriendo. Sonreía y señalaba la cocina. Astrea me espera. Me agarró de la mano, insistiendo en que fuera a la cocina o que no me fuera. Astrea me esperaba. Su sonrisa crecía cada vez más y sus mejillas se sonrojaban, seguramente por el esfuerzo, pero sus ojos se humedecían. Aparté la mano y me fui sin decir nada. ¿Por qué? Astrea me espera. ¿Por qué? Ella m