Pasé sin hacer ruido al cuarto donde
papá guarda su caja de herramientas
y cogí el cuchillo de monte y el más
pesado de los martillos y, todavía de
puntilla, tome una toalla del cuarto de
baño y me fui al fondo del patio, junto
al pozo muerto que ya nadie usa.
Puse la toalla abierta sobre la yerba,
coloque en ella la muñeca –que cerró
los ojos como si presintiera el peligroy de tres violentos martillazos le
pulvericé la cabeza.