LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 84
para otros una tempestad mortal, todo depende del calado del barco y
del estado de las velas. En el dormitorio, con la puerta cerrada, Marcial
pensó que no valía la pena pedir explicaciones a Marta por no haberle
informado de la idea de los muñecos, en primer lugar porque esas
aguas hacía horas que habían pasado bajo el puente y por tanto
arrastrado en su curso el despecho y el mal humor, en segundo lugar
porque le apocaban preocupaciones mucho más serias que las de
sentirse o imaginarse desconsiderado. Preocupaciones más serias y no
menos urgentes. Cuando un hombre regresa a casa y a la mujer
después de una privación de diez días, siendo joven como es este
Marcial, o, en caso de ser mayor, si todavía no pudo la edad abatirle el
ánimo amatorio, lo natural es que quiera dar satisfacción inmediata al
temblor de los sentidos, dejando la conversación para después. En
general, las mujeres no están de acuerdo. Si el tiempo no urge
especialmente, si, al contrario, La noche es nuestra, y quien dice la
noche, dice la tarde o la mañana, lo más seguro es que la mujer
prefiera que el acto amoroso se inicie con una charla pausada, sin
prisas, y mientras sea posible ajena a esa idea fija que, semejante a
un trompo zumbador, gira en la cabeza del hombre. Como un cántaro
profundo que lentamente se llena, la mujer se va aproximando al
hombre poco a poco, o, tal vez con más exactitud, lo va aproximando,
hasta que la urgencia de uno y la ansiedad del otro, ya declaradas, ya
coincidentes, ya inaplazables, hagan subir cantando el agua unánime.
Hay excepciones, sin embargo, como es este caso de Marcial que, por
mucho que quisiese empujar a Marta hacia la cama, no podría hacerlo
mientras no vaciara el pesado saco de las preocupaciones que carga,
no desde el Centro, no desde la conversación que había mantenido con
el suegro durante el camino, sino desde la casa de los padres. También
esta vez la primera palabra iba a ser dicha por Marta, Es posible que
los perros no te conozcan, Marcial, pero tu mujer te conoce, No quiero
hablar de eso, Debemos hablar de lo que duele, Fui estúpido e injusto,
Vamos a dejar a un lado lo de estúpido, porque no lo eres,
quedémonos con lo de injusto, Ya lo he reconocido, Tampoco fuiste
injusto, No compliquemos las cosas, Marta, por favor, lo pasado,
pasado está, Las cosas que parecen haber pasado son las únicas que
nunca acaban de pasar, los injustos hemos sido nosotros, Nosotros,
quiénes, Mi padre y yo, sobre todo yo, mi padre tiene una hija casada
y miedo de perderla, no necesita otra justificación, Y tú, Yo soy quien
no tiene disculpa, Por qué, Porque te quiero, y a veces, demasiadas
veces, doy la impresión de olvidar, o incluso se me olvida, que eres
una persona concreta, completa en el ser que eres, que debo este
amor no a alguien que tenga que contentarse con un sentimiento
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