LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 36
alcanza su copa, ni siquiera roza las hojas de las ramas más bajas,
sólo una débil luminosidad va tapizando el suelo hasta casi tocar el
grueso tronco del árbol. La vieja garita del perro está allí, vacía desde
hace años, cuando su último habitante murió en brazos de Justa y ella
le dijo al marido, No quiero nunca más un animal de éstos en mi casa.
En la entrada oscura de la caseta se movió una cintilación y
desapareció en seguida. Cipriano Algor quiso saber qué era aquello, se
agachó para escrutar después de haber dado unos cuantos pasos
adelante. La oscuridad dentro era total. Comprendió que estaba
tapando con su cuerpo la luz del farol, y se desvió un poco hacia un
lado. Eran dos las cintilaciones, dos ojos, un perro, O una jineta, pero
lo más probable es que sea un perro, pensó el alfarero, y debía de
estar en lo cierto, de la especie lupina ya no queda memoria creíble
por estos parajes, y los ojos de los gatos, sean ellos mansos o
monteses, como cualquier persona tiene obligación de saber, son
siempre ojos de gato, cuando mucho, y en el peor de los casos,
podríamos confundirlos, en más pequeño, con los del tigre, pero está
claro que un tigre adulto nunca podría meterse dentro de una caseta
de este tamaño. Cipriano Algor no habló de gatos ni de tigres cuando
entró en casa, tampoco pronunció palabra sobre su ida al cementerio,
y, en cuanto al cántaro que le va a regalar a la mujer de luto, entiende
que no es asunto para ser tratado en este momento, lo que le dijo a la
hija fue sólo esto, Hay un perro ahí fuera, hizo una pausa, como si
esperase respuesta, y añadió, Debajo del moral, en la caseta. Marta
acababa de lavarse y cambiarse de ropa, estaba descansando un
minuto, sentada, antes de comenzar a preparar la cena, por tanto no
tenía la mejor de las disposiciones para preocuparse con los lugares
por donde pasan o paran los perros huidos o abandonados en sus
vagabundeos, Será mejor dejarlo, si no es animal al que le guste viajar
de noche, mañana se irá, dijo, Tienes por ahí alguna cosa de comer
que le pueda llevar, preguntó el padre, Unos restos del almuerzo, unos
trozos de pan, agua no necesitará, ha caído mucha del cielo, Voy a
llevárselo, Como quiera, padre, pero tenga en cuenta que nunca va a
dejar la puerta, Supongo que sí, si yo estuviese en su lugar haría lo
mismo. Marta echó las sobras de la comida en un plato viejo que tenía
debajo del poyo, desmigó encima un trozo de pan duro y adobó todo
con un poco de caldo, Aquí tiene, y vaya tomando nota de que esto es
sólo el principio. Cipriano Algor tomó el plato y ya tenía un pie fuera de
la cocina cuando la hija le preguntó, Se acuerda de que madre dijo
cuando Constante murió que nunca más quería perros en casa, Me
acuerdo, sí, pero apuesto a que si ella estuviese viva no sería tu padre
quien estaría llevando este plato al tal perro que ella no quería,
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