LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 220

campo, donde se avistaban aquellos árboles juntos, oculto por los zarzales, está el tesoro arqueológico de la alfarería de Cipriano Algor. Cualquiera diría que han pasado mil años desde que se descargaron allí las últimas sobras de una antigua civilización. Cuando a la mañana siguiente de su día de descanso Marcial bajó del piso treinta y cuatro para presentarse en el servicio ya como guarda para todos los efectos residente, el apartamento estaba arreglado, limpio, en orden, con los objetos traídos de la otra casa en los lugares apropiados y a la espera de que los habitantes comiencen, sin resistencia, a ocupar también los lugares que en el conjunto les competen. No será fácil, una persona no es como una cosa que se deja en un sitio y allí se queda, una persona se mueve, piensa, pregunta, duda, investiga, quiere saber, y si es verdad que, forzada por el hábito de la conformidad, acaba, más tarde o más pronto, pareciendo sometida a los objetos, no se crea que tal sometimiento es, en todos los casos, definitivo. La primera cuestión que los nuevos habitantes tendrán que resolver, con excepción de Marcial Gacho que seguirá en su conocido y rutinario trabajo de velar por la seguridad de las personas y de los bienes institucional u ocasionalmente relacionados con el Centro, la primera cuestión, decíamos, será encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta, Y ahora qué voy a hacer. Marta lleva a sus espaldas el gobierno de la casa, cuando le llegue la hora tendrá un hijo que criar, y eso será más que suficiente para mantenerla ocupada durante muchas horas del día y algunas de la noche. No obstante, siendo las personas, como arriba quedó señalado, aparte de sujetos de un hacer, también sujetos de un pensar, no deberemos sorprendernos si ella llega a preguntarse, en medio de un trabajo que ya le hubiese ocupado una hora y todavía le tenga que ocupar otras dos, Y ahora qué voy a hacer yo. En todo caso, es Cipriano Algor quien se encuentra confrontado con la peor de las situaciones, la de mirarse las manos y saber que ya no sirven para nada, la de mirar el reloj y saber que la hora que viene será igual a esta que está, la de pensar en el día de mañana y saber que será tan vacío como el de hoy. Cipriano Algor no es un adolescente, no puede pasarse el día tumbado en una cama que apenas cabe en su pequeñísimo cuarto, pensando en Isaura Madruga, repitiendo las palabras que se dijeron el uno al otro, reviviendo, si se puede dar tan ambicioso nombre a las inmateriales operaciones de la memoria, los besos y los abrazos que se habían dado. Gente habrá que piense que la mejor medicina para los males de Cipriano Algor sería que bajara ahora al garaje, se metiese en la furgoneta y fuera a visitar a Isaura Madruga, que, a buen seguro, estará pasando, allí lejos, por iguales 220