LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 214
La furgoneta estaba cargada, las ventanas y las puertas de la alfarería
y de la casa están cerradas, sólo faltaba, como dijo Marcial días antes,
izar velas. Contrariado, con la expresión tensa, pareciendo
súbitamente más viejo, Cipriano Algor llamó al perro. Pese al tono de
angustia que un oído atento podría distinguir en ella, la voz del dueño
alteró para mejor el ánimo de Encontrado. Andaba por allí perplejo,
inquieto, corriendo de un lado a otro, oliendo las maletas y los
paquetes que sacaban de la casa, ladraba con fuerza para llamar la
atención, y he aquí que sus presentimientos acertaron, algo singular,
fuera de lo común, se estuvo preparando en los últimos tiempos, y
ahora llegaba la hora en que la suerte, o el destino, o la casualidad, o
la inestabilidad de las voluntades y sujeciones humanas, iban a decidir
su existencia. Estaba tumbado junto a la caseta, con la cabeza estirada
sobre las patas, a la espera. Cuando el dueño dijo, Encontrado, ven,
creyó que lo estaban llamando para subirse a la furgoneta como otras
veces había sucedido, señal de que nada habría mudado en su vida, de
que el día de hoy iba a ser igual al de ayer, como es sueño constante
de los perros. Le extrañó que le pusieran la correa, no era habitual
cuando viajaban, pero la extrañeza aumentó, se hizo confusión,
cuando la dueña y el dueño más joven le pasaron la mano por la
cabeza, al mismo tiempo que murmuraban palabras incomprensibles y
en las que su propio nombre de Encontrado sonaba de manera
inquietante, aunque lo que le estaban diciendo no fuera tan malo,
Vendremos a verte un día de éstos. Un tirón le hizo entender que tenía
que seguir al dueño, la situación volvía a aclararse, la furgoneta era
para los otros dueños, con éste el paseo sería a pie. Incluso así, la
correa continuaba sorprendiéndole, pero se trataba de un pormenor
sin importancia, al llegar al campo el dueño lo soltaría para que
corriera detrás de cualquier bicho viviente que apareciese por delante,
aunque no fuese más que la bagatela de una lagartija. La mañana está
fresca, el cielo nublado, pero sin amenaza de lluvia. Ya en la carretera,
en lugar de volver a la izquierda, hacia campo abierto, como esperaba,
el dueño torció a la derecha, irían por tanto al pueblo. Tres veces, en el
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