LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Página 143
fragmentos de sus propios sueños o de oído atento al trabajo ciego
que la vida, segundo a segundo, carpinteaba en su útero. La voz sonó
nítida y clara en el silencio de la casa, Padre, adonde va tan temprano,
No puedo dormir, voy a ver cómo ha salido la cochura, pero tú
quédate, no te levantes. Marta respondió, Pues sí, no era nada difícil,
conociéndolo, pensar que el padre deseaba estar solo durante la grave
operación de retirar las cenizas y las estatuillas de la cueva, así como
un niño que, bien entrada la noche, temblando de susto y de
excitación, avanza a tientas por el pasillo oscuro para descubrir qué
soñados juguetes y regalos le han sido puestos en el zapato. Cipriano
Algor se calzó, abrió la puerta de la cocina y salió. La frondosidad
compacta del moral retenía la noche firmemente, no la dejaría irse tan
pronto, la primera claridad del amanecer todavía tardaría por lo menos
media hora. Miró la caseta, después paseó la vista en derredor,
sorprendido de no ver surgir al perro. Silbó bajito, pero Encontrado no
se manifestó. El alfarero pasó de la sorpresa perpleja a una inquietud
explícita, No creo que se haya ido, no lo creo, murmuró. Podía gritar el
nombre del perro, pero no lo hizo porque no quería alarmar a la hija.
Andará por ahí, andará por ahí olisqueando algún bicho nocturno, dijo
para tranquilizarse a sí mismo, pero la verdad es que, mientras
atravesaba la explanada en dirección al horno, pensaba más en
Encontrado que en las ansiadas estatuillas de barro. Se encontraba ya
a pocos pasos de la cueva cuando vio salir al perro de debajo del
banco de piedra, Me has dado un buen susto, bribón, por qué no
vienes cuando te llamo, le reprendió, pero Encontrado no dio
respuesta, estaba ocupado desperezándose, poniendo los músculos en
su lugar, primero estiró con fuerza las manos hacia delante, bajando
en plano inclinado la cabeza y la columna vertebral, luego ejecutó lo
que se supone que es, en su entendimiento, un indispensable ejercicio
de ajuste y compensación, rebajando y alargando hasta tal punto los
cuartos traseros que parecía querer separarse de las patas de atrás.
Todo el mundo sabe decirnos que los animales dejaron de hablar hace
mucho tiempo, pero lo que nunca se podrá demostrar es que ellos no
hayan seguido haciendo uso secreto del pensamiento. Véase, por
ejemplo, el caso de este perro Encontrado, cómo a pesar de la escasa
claridad que poco a poco comienza a bajar del cielo se le puede leer en
la cara lo que está pensando, ni más ni menos A palabras necias, oídos
sordos, quiere él decir en la suya que Cipriano Algor, con la larga
experiencia de vida que tiene, aunque tan poco variada, no debería
necesitar que le explicasen cuáles son los deberes de un perro, es
harto conocido que los centinelas humanos sólo vigilan en serio si
para eso les ha sido dada una orden terminante, mientras que los
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