LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 14
explicación. Cuando dentro de diez días vuelva a recoger al yerno, no
habrá vestigio de estos predios, se habrá asentado la polvareda de la
destrucción que ahora flota en el aire, y hasta puede suceder que ya
esté siendo excavado el gran foso donde se abrirán las zanjas y se
implantarán los pilares de la nueva construcción. Después se
levantarán las tres paredes, una que lindará con la calle por la que
Cipriano Algor tendrá que dar la vuelta de aquí a poco, dos que
cerrarán a un lado y a otro el terreno ganado a costa de la calle
intermedia y de la demolición de la manzana, haciendo desaparecer la
fachada del edificio todavía visible, la puerta de acceso del personal de
Seguridad cambiará de sitio, no serán necesarios muchos días para
que ni la persona más perspicaz sea capaz de distinguir, mirando
desde fuera, y mucho menos lo percibirá si está en el interior del
edificio, entre la construcción reciente y la construcción anterior. El
alfarero miró el reloj, todavía era pronto, en los días en que traía al
yerno era inevitable tener que aguardar dos horas a que abriese el
departamento de recepción que tenía asignado, y después todo el
tiempo que tardase en llegarle la vez, Pero tengo la ventaja de ocupar
un buen lugar en la fila, incluso puedo ser el primero, pensó. Nunca lo
había sido, siempre se presentaba gente más madrugadora que él,
seguramente algunos de esos conductores habrían pasado parte de la
noche en la cabina de sus camiones. Cuando el día clareaba subían a la
calle para tomar un café, pan y alguna vianda, un aguardiente en las
mañanas húmedas y frías, después se que daban por ahí, conversando
unos con otros, hasta diez minutos antes de que se abrieran las
puertas, entonces los más jóvenes, nerviosos como aprendices, corrían
rampa abajo para ocupar sus puestos, mientras los mayores, sobre
todo si estaban en los últimos lugares de la fila, descendían charlando
animadamente, aspirando una última bocanada del cigarro, porque en
el subterráneo, habiendo motores en marcha, no estaba permitido
fumar. El fin del mundo, creían ellos, no era para ya, no ganaban nada
corriendo.
Cipriano Algor puso la furgoneta en movimiento. Se distrajo con la
demolición de los edificios y ahora quería recuperar el tiempo perdido,
palabras estas insensatas entre las que más lo sean, expresión
absurda con la cual suponemos engañar la dura realidad de que ningún
tiempo perdido es recuperable, como si creyésemos, al contrario de
esta verdad, que el tiempo que juzgábamos para siempre perdido
hubiera decidido quedarse parado detrás, esperando, con la paciencia
de quien dispone del tiempo todo, que sintiésemos su falta. Estimulado
por la urgencia nacida de los pensamientos sobre quién llega primero y
sobre quién llegará después, el alfarero dio rápidamente la vuelta a la
14