LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 139
un lugar tan agradablemente campestre como éste, con las tablas de
secado debajo del moral y la suave brisa del mediodía soplando.
Vengas de donde vengas, irás a hacerle compañía al que está ahí
fuera, dijo Cipriano Algor, el problema será sacarte de aquí, para ir en
brazos pesas demasiado y si te arrastro me harías polvo el pavimento,
no comprendo quién tuvo la idea de traerte dentro de un horno y
colocarte de esta manera, una persona sentada quedaría con la nariz
casi pegada a la pared. Para demostrarse a sí mismo que tenía razón,
Cipriano Algor se deslizó suavemente entre una de las extremidades
del banco y la pared lateral que le correspondía, y se sentó. Tuvo que
aceptar que su nariz, finalmente, no corría el menor riesgo de
desollarse en los ladrillos refractarios, y que las rodillas, aunque más
avanzadas en el plano horizontal, también se encontraban a salvo de
rozaduras incómodas. La mano, ésa sí, podía alcanzar la pared sin
ningún esfuerzo. Ahora bien, en el preciso instante en que los dedos
de Cipriano Algor iban a tocarla, una voz que llegaba de fuera dijo, No
merece la pena que enciendas el horno. La inesperada orden era de
Marcial, como también era suya la sombra que durante un segundo se
proyectó en la pared del fondo para desaparecer en seguida. A
Cipriano Algor le pareció un abuso y una absoluta falta de respeto el
tratamiento usado por el yerno, Nunca le he dado semejante
confianza, pensó. Hizo un movimiento para volverse y preguntarle por
qué motivo no merecía la pena encender el horno y qué es eso de
tratarme de tú, pero no consiguió volver la cabeza, sucede mucho en
los sueños, queremos correr y descubrimos que las piernas no
obedecen, por lo general son las piernas, esta vez es el cuello el que
se niega a dar la vuelta. La sombra ya no estaba, a ella no podía
hacerle preguntas, en la vana e irracional suposición de que una
sombra tenga lengua para articular respuestas, pero los armonios
suplementarios de las palabras que Marcial había proferido todavía
seguían resonando entre la bóveda y el suelo, entre una pared y otra
pared. Antes de que las vibraciones se extinguiesen del todo y la
dispersa sustancia del silencio quebrado tuviese tiempo de
reconstituirse, Cipriano Algor quiso conocer las misteriosas razones por
las que no merecía la pena encender el horno, si realmente fue eso lo
que la voz del yerno dijo, ahora hasta le parecía que las palabras
habían sido otras, y todavía más enigmáticas, No merece la pena que
se sacrifique, como si Marcial creyese que el suegro, a quien, por lo
que se ve, no tuteó, hubiere decidido probar en el propio cuerpo los
poderes del fuego, antes de entregarle la obra de sus manos. Está
loco, murmuró para sí el alfarero, es necesario que este mi yerno esté
loco de remate para imaginar tales cosas, si he entrado en el horno ha
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