LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 115

otra, Los cascotes no son tantos, mujer, en poco tiempo los cubrirán los zarzales, nadie lo va a notar, Lo ha dejado allí todo, Sí, lo he dejado, Al menos están cerca del pueblo, algún día uno de los muchachos de aquí, si es que todavía frecuentan la cueva ideal, aparece en casa con un plato agrietado, le preguntan dónde lo ha encontrado y va toda la gente corriendo a buscar lo que ahora no quiere, Estamos hechos así, no me extrañaría. Cipriano Algor acabó la taza de café que la hija le había puesto delante al llegar y preguntó, Dio señal de vida el carpintero, No, Tengo que ir a insistirle, Creo que sí, que es lo mejor. El alfarero se levantó, Me voy a lavar, dijo, dio dos pasos, y luego se detuvo, Qué es esto, preguntó, Esto, qué, Esto, señalaba un plato cubierto con una servilleta bordada, Es un bizcocho, Hiciste un bizcocho, No lo hice yo, lo trajeron, es un regalo, De quién, Adivínelo, No estoy de humor para adivinanzas, Mire que ésta es de las fáciles. Cipriano Algor se encogió de hombros como demostrando que se desentendía del asunto, dijo otra vez que se iba a lavar, pero no se resolvió, no dio el paso que le haría salir de la cocina, en su cabeza se trababa un debate entre dos alfareros, uno que argumentaba que es nuestra obligación comportarnos con naturalidad en todas las circunstancias de la vida, que si alguien es amable hasta el punto de traernos a casa un bizcocho cubierto por una servilleta bordada, lo apropiado y normal es preguntar a quién se debe la inesperada generosidad, y, si en respuesta nos proponen que adivinemos, más que sospechoso será fingir que no oímos, estos pequeños juegos de familia y de sociedad no tienen mayor importancia, nadie se va a poner a sacar conclusiones precipitadas por el hecho de que hayamos acertado, sobre todo porque las personas que creen tener motivos para complacernos con un bizcocho nunca podrán ser muchas, a veces sólo una, esto era lo que decía uno de los alfareros, pero el otro respondía que no estaba dispuesto a desempeñar el papel de cómplice en falsas adivinaciones de circo, que tener la certeza de conocer el nombre de la persona que había traído el bizcocho era precisamente la razón por la que no lo diría, y también que, por lo menos en algunos casos, lo peor de las conclusiones no es tanto que sean en ocasiones precipitadas, sino que sean, simplemente, conclusiones. Entonces, no lo quiere adivinar, insistió Marta, sonriendo, y Cipriano Algor, un poco enfadado con la hija y mucho consigo mismo, pero consciente de que la única manera de escapar del agujero donde se había metido con su propio pie sería reconocer el fracaso y dar marcha atrás, dijo, brusco, y envolviéndolo en palabras, un nombre, Fue la viuda, la vecina, Isaura Estudiosa, para agradecer el cántaro. Marta negó con un movimiento lento de cabeza, No se llama Isaura Estudiosa, corrigió, su 115