LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 10
aire, puentes suspendidos, tubos de todos los grosores, unos rojos,
otros negros, chimeneas lanzando a la atmósfera borbotones de
humos tóxicos, grúas de largos brazos, laboratorios químicos,
refinerías de petróleo, olores fétidos, amargos o dulzones, ruidos
estridentes de brocas, zumbidos de sierras mecánicas, golpes brutales
de martillos pilones, de vez en cuando una zona de silencio, nadie sabe
lo que se estará produciendo ahí. Fue entonces cuando Cipriano Algor
dijo, No te preocupes, llegaremos a tiempo, No estoy preocupado,
respondió el yerno, disimulando mal la inquietud, Ya lo sé, era una
manera de hablar, dijo Cipriano Algor. Giró la furgoneta hacia una vía
paralela destinada a la circulación local, Vamos a atajar camino por
aquí, dijo, si la policía nos pregunta por qué dejamos la carretera,
acuérdate de lo que hemos convenido, tenemos un asunto que
resolver en una de estas fábricas antes de llegar a la ciudad. Marcial
Gacho respiró hondo, cuando el tráfico se complicaba en la carretera,
el suegro, más tarde o más pronto, acababa tomando un desvío. Lo
que le angustiaba era la posibilidad de que se distrajese y la decisión
llegase demasiado tarde. Felizmente, pese a los temores y los avisos,
nunca les había parado la policía, Alguna vez se convencerá de que ya
no soy un muchacho, pensó Marcial, que no tiene que estar
recordándome todas las veces esto de los asuntos que resolver en las
fábricas. No imaginaban, ni uno ni otro, que fuese precisamente el
uniforme de guarda del Centro que enfundaba Marcial Gacho el motivo
de la continuada tolerancia o de la benévola indiferencia de la policía
de tráfico, que no era simple resultado de casualidades múltiples o de
obstinada suerte, como probablemente hubieran respondido si les
preguntasen por qué razón creían ellos que no habían sido multados
hasta el momento. La conociera Marcial Gacho, y tal vez hubiera hecho
valer ante el suegro el peso de la autoridad que el uniforme le
confería, la conociera Cipriano Algor, y tal vez le hubiera hablado al
yerno con menos irónica condescendencia. Buena verdad es que ni la
juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe.
Después del Cinturón Industrial comienza la ciudad, en fin, no la
ciudad propiamente dicha, ésa se divisa allá a lo lejos, tocada como
una caricia por la primera y rosada luz del sol, lo que aquí se ve son
aglomeraciones caóticas de chabolas hechas de cuantos materiales, en
su mayoría precarios, pudiesen ayudar a defenderse de las
intemperies, sobre todo de la lluvia y del frío, a sus mal abrigados
moradores. Es, según el decir de los habitantes de la ciudad, un lugar
inquietante. De vez en cuando, por estos parajes, en nombre del
axioma clásico que reza que la necesidad también legisla, un camión
cargado de alimentos es asaltado y vaciado en menos tiempo de lo que
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