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La casa de los espíritus
Isabel Allende
expulsar los influjos diabólicos, pulir los ojos, fortificar el vientre, estimular la sangre.
En ese terreno su sabiduría era tan grande, que el médico del hospital de las monjas
iba a visitarlo para pedirle consejo. Sin embargo, toda su sabiduría no pudo curar la
lipiria calambre de su hija Pancha, que la despachó al otro mundo. Le dio de comer
boñiga de vaca y como eso no resultó, le dio bosta de caballo, la envolvió en mantas y
la hizo sudar el mal hasta que la dejó en los huesos, le dio fricciones de aguardiente
con pólvora por todo el cuerpo, pero fue inútil; Pancha se fue en una diarrea
interminable que le estrujó las carnes y la hizo padecer una sed insaciable. Vencido,
Pedro García pidió permiso al patrón para llevarla al pueblo en una carreta. Los dos
niños lo acompañaron. El médico del hospital de las monjas examinó cuidadosamente
a Pancha y dijo al viejo que estaba perdida, que si se la hubiera llevado antes y no le
hubiera provocado esa sudadera, habría podido hacer algo por ella, pero que ya su
cuerpo no podía retener ningún líquido y era igual que una planta con las raíces secas.
Pedro García se ofendió y siguió negando su fracaso aun cuando regresó con el
cadáver dé su hija envuelto en una manta, acompañado por los dos niños asustados, y
lo desembarcó en el patio de Las Tres Marías refunfuñando contra la ignorancia del
doctor. La enterraron en un sitio privilegiado en el pequeño cementerio junto a la
iglesia abandonada, al pie del volcán, porque ella había sido, en cierta forma, mujer
del patrón, pues le había dado el único hijo que llevó su nombre, aunque nunca llevó
su apellido, y un nieto, el extraño Esteban García, que estaba destinado a cumplir un
terrible papel en la historia de la familia.
Un día el viejo Pedro García les contó a Blanca y a Pedro Tercero el cuento de las
gallinas que se pusieron de acuerdo para enfrentar a un zorro que se metía todas las
noches en el gallinero para robar los huevos y devorarse los pollitos. Las gallinas
decidieron que ya estaban hartas de aguantar la prepotencia del zorro, lo esperaron
organizadas y cuando entró al gallinero, le cerraron el paso, lo rodearon y se le fueron
encima a picotazos hasta que lo dejaron más muerto que vivo.
-Y entonces se vio que el zorro escapaba con la cola entre las piernas, perseguido
por las gallinas -terminó el viejo.
Blanca se rió con la historia y dijo que eso era imposible, porque las gallinas nacen
estúpidas y débiles y los zorros nacen astutos y fuertes, pero Pedro Tercero no se rió.
Se quedó toda la tarde pensativo, rumiando el cuento del zorro y las gallinas, y tal vez
ése fue el instante en que el niño comenzó a hacerse hombre.
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