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La casa de los espíritus
Isabel Allende
cuando comenzaron a entregar a sus antiguos dueños las tierras que la reforma
agraria había repartido, se tranquilizaron: habían vuelto a los buenos tiempos. Vieron
que sólo una dictadura podía actuar con el peso de la fuerza y sin rendirle cuentas a
nadie, para garantizar sus privilegios, así es que dejaron de hablar de política y
aceptaron la idea de que ellos iban a tener el poder económico, pero los militares iban
a gobernar. La única labor de la derecha fue asesorarlos en la elaboración de los
nuevos decretos y las nuevas leyes. En pocos días eliminaron los sindicatos, los
dirigentes obreros estaban presos o muertos, los partidos políticos declarados en
receso indefinido y todas las organizaciones de trabajadores y estudiantes, y hasta los
colegios profesionales, desmantelados. Estaba prohibido agruparse. El único sitio
donde la gente podía reunirse era en la iglesia, de modo que al poco tiempo la religión
se puso de moda y los curas y las monjas tuvieron que postergar sus labores
espirituales para socorrer las necesidades terrenales de aquel rebaño perdido. El
gobierno y los empresarios empezaron a verlos como enemigos potenciales y algunos
soñaron con resolver el problema asesinando al cardenal, en vista de que el Papa,
desde Roma, se negó a sacarlo de su puesto y enviarlo a un asilo para frailes
alienados.
Una gran parte de la clase media se alegró con el Golpe Militar, porque significaba la
vuelta al orden, a la pulcritud de las costumbres, las faldas en las mujeres y el pelo
corto en los hombres, pero pronto empezó a sufrir el tormento de los precios altos y la
falta de trabajo. No alcanzaba el sueldo para comer. En todas las familias había alguien
a quien lamentar y ya no pudieron decir, como al principio, que si estaba preso,
muerto o exiliado, era porque se lo merecía. Tampoco pudieron seguir negando la
tortura.
Mientras florecían los negocios lujosos, las financieras milagrosas, los restaurantes
exóticos y las casas importadoras, en las puertas de las fábricas hacían cola los
cesantes esperando l