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La casa de los espíritus
Isabel Allende
ansioso fue pareciéndose al de ese animal. Masticaba cada bocado de sus escasos
alimentos cincuenta veces. Las comidas se convirtieron en un ritual eterno en el que
Alba se quedaba dormida sobre el plato vacío y los sirvientes con las bandejas en la
cocina, mientras él rumiaba ceremoniosamente, por eso Esteban Trueba dejó de ir a la
casa y hacía todas sus comidas en el Club. Nicolás aseguraba que podía caminar
descalzo sobre las brasas pero cada vez que se dispuso a demostrarlo, a Clara le dio
un ataque de asma y tuvo que desistir. Hablaba en parábolas asiáticas no siempre
comprensibles. Sus únicos intereses eran de orden espiritual. El materialismo de la
vida doméstica le molestaba tanto como los excesivos cuidados de su hermana y su
madre, que insistían en alimentarlo y vestirlo, y la persecución fascinada de Alba, que
lo seguía por toda la casa como un perrito, rogándole que le enseñara a pararse de
cabeza y atravesarse alfileres. Permaneció desnudo aun cuando el invierno se dejó
caer con todo su rigor. Podía mantenerse casi tres minutos sin respirar y estaba
dispuesto a realizar esa hazaña cada vez que alguien se lo pedía, lo que ocurría con
frecuencia. Jaime decía que era una lástima que el aire fuera gratis, porque sacó la
cuenta que Nicolás respiraba la mitad que una persona normal, aunque eso no parecía
afectarlo en absoluto. Pasó el invierno comiendo zanahorias, sin quejarse del frío,
encerrado en su habitación, llenando páginas y páginas con su minúscula letra en tinta
negra. Al aparecer los primeros síntomas de la primavera, anunció que su libro estaba
listo. Tenía mil quinientas páginas y pudo convencer a su padre y a su hermano Jaime
que se lo financiaran, a cuenta de las ganancias que se obtendrían de la venta.
Después de corregidas e impresas, las mil y tantas cuartillas manuscritas se redujeron
a seiscientas páginas de un voluminoso tratado sobre los noventa y nueve nombres de
Dios y la forma de llegar al Nirvana mediante ejercicios respiratorios. No tuvo el éxito
esperado y los cajones con la edición terminaron sus días en el sótano, donde Alba los
usaba como ladrillos para construir trincheras, hasta que muchos años después
sirvieron para alimentar una hoguera infame.
Tan pronto salió el libro de la imprenta, Nicolás lo sostuvo amorosamente en sus
manos, recuperó su perdida sonrisa de hiena, se puso ropa decente y anunció que
había llegado el momento de entregar La Verdad a sus coetáneos que permanecían en
las tinieblas de la ignorancia. Esteban Trueba le recordó su prohibición de usar la casa
como academia y le advirtió que no iba a tolerar que metiera ideas paganas en la
cabeza de Alba y, mucho menos, que le enseñara trucos de faquir. Nicolás se fue a
predicar al cafetín de la universidad, donde consiguió un impresionante número de
adeptos para sus cursos de ejercicios espirituales y respiratorios. En sus ratos libres
paseaba en moto y enseñaba a su sobrina a vencer el dolor y otras debilidades de la
carne. Su método consistía en identificar aquellas cosas que le producían temor. La
niña, que tenía cierta inclinación por lo macabro, se concentraba de acuerdo con las
instrucciones de su tío y lograba visualizar, como si lo estuviera viendo, la muerte de
su madre. La veía lívida, fría, con sus hermosos ojos moros cerrados, tendida en un
ataúd. Oía el llanto de la familia. Veía la procesión de amigos que entraban en silencio,
dejaban sus tarjetas de visita en una bandeja y salían cabizbajos. Sentía el olor de las
flores, el relincho de los caballos empenachados de la carroza funeraria. Sufría su dolor
de pies dentro de sus zapatos nuevos de luto. Imaginaba su soledad, su abandono, su
orfandad. Su tío la ayudaba a pensar en todo eso sin llorar, relajarse y no oponer
resistencia al dolor, para que éste la atravesara sin permanecer en ella. Otras veces
Alba se apretaba un dedo en la puerta y aprendía a soportar el quemante ardor sin
quejarse. Si lograba pasar toda la semana sin llorar, superando las pruebas que le
ponía Nicolás, ganaba un premio, que consistía casi siempre en un paseo a toda
velocidad en la moto, lo cual era una experiencia inolvidable. En una ocasión se
metieron entre un rebaño de vacas que cruzaba el establo, en un camino de las
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