LA CASA DE LAS DOS PALMAS la casa de las dos palmas | Page 37

Llegan los Invocados. Cada uno sale de lo que fue importante para él. Primero Efrén Herreros de los “Cerros llenos de sus bosques amados” (105) La constatación triste: “Haber nacido fue mi única amistad. Padre, tú me la diste. Perdóname.”. Luego Roberto, viene de los caminos, con su caballo. Está solo. Se queja pero “Toda compañía es otro pretexto de nuestra soledad”. (106) Lo sienta cerca de la ventana, de sus paisajes. El tercero es Mariano Herreros, está ciego y sin bastón. Es el juez acusador, Medardo debe pagar. La cuarta es Lucía, pura, triste, sin reproches. Le duele tanto esta aparición. La quinta es La Madre. La muerte de su hijo la obsesiona. Su dolor no deja espacio para más. El último capítulo es el de Bernardo. Se cierra el texto. Se vuelve al principio, a su llegada a La Casa de las dos Palmas. Da continuación al capítulo 3 y al encuentro que tuvo con la Brujita que podría ser Eulalia, la hija de Escolástica y José Aníbal. Encuentra los cuadernos de Medardo, “... la historia del caserón de las dos palmas...” Y añade: “... esa historia contaré algún día”. (107) Lo invaden las presencias misteriosas del mundo sobrenatural que rodea La Casa de las dos Palmas. Los fantasmas se integran al presente, la historia de los Invocados a los actos de Bernardo. Lo han hecho suyo, tal vez antes de tomar la decisión de escribir sobre la historia de su familia. No se sabe cómo se planearía el tercer volumen de esa saga: El regreso . Tal vez el de Bernardo, ¿una transcripción de los cuadernos encontrados?, ¿Qué pasó con Medardo en la cárcel?, ¿Ha muerto? La historia de la Casa de las dos Palmas no ha terminado. Nunca terminará. Es inmortal. Está escrita. Cada lector la volverá a la vida, le prestará su fuerza, su aterradora visión de la culpa, del remordimiento y de la muerte. Manuel Mejía Vallejo ha construido su obra con paciencia, trabajo y sangre. Los Antepasados estarían orgullosos. No solamente los de su tierra, los del continente, el Guaraní, el Azteca, el Inca, el Maya, el Esquimal, los Pieles Rojas. Es también la memoria del Suroeste de Antioquia, de una época histórica de Colombia, de sus escritores y artistas, de la gente que no tiene voz y a quien se la presta. Es la sensibilidad, la expresión popular, la cercanía a todos nosotros, la calidez, la generosidad de su palabra. La experiencia, la sabiduría. No todos los caminos han sido recorridos, faltan algunos, los de sus obras inéditas que revisa con el cuidado de siempre, con entusiasmo y humildad, en compañía de su hermana Luz Mejía. Algunos libros nunca cierran un ciclo, abren paso a textos anteriores y como niños que un hombre mayor toma de la mano regresamos al pasado.