LA CASA DE LAS DOS PALMAS la casa de las dos palmas | Page 18

facilidad en manejar un diálogo en el argot del barrio. Los personajes - con tanta vida que son más bien personas- llevan otros nombres: “el finao Caleta”, “el Bautista”, “Cachipay, café de los maricas”, “La Cortica” (Juana Perucha), “Verdesita”... La novela esperaba dentro de ese cuento. Buena parte de la gente del campo emigra a Medellín. Desembarcan en la Estación de Cisneros y se encuentran frente a La Plaza, recuerdo de otras en el centro de sus pueblos. Es peculiar: si entran una vez a los cafés, escuchan los tangos y músicas de sus montañas, se sienten atrapados para siempre. Es Guayaquil, así nombrado “ porque fue pantanero de zancudos, rumbaban las fiebres como un tiempo esa ciudá de Los Ecuadores”. Dos historias se intercalan: la de Jairo, la de Ernesto. Y en ellas la de Gardel, la de Guayaquíl, la de Balandú. Ernesto es el espectador y el implicado. Jairo es un cuarto ambulante, con altar, brujerías y Gardel. Transporta la soledad y sus cuchillos. Es un misterio como su ídolo. Se le adivina un pasado. Una personalidad fuerte y a la vez ambigua: “Su modito de andar como buscando camorra”. (49). Es el “guapo” y lo demuestra con frialdad. Ciertas manías definen los personajes de Manuel Mejía Vallejo, en ese caso la obsesión por los cuchillos. Dos guerrillas con catorce puñales y “El Desconocido” encontrado por Ernesto Arango entre maderas. Gardel traza un camino paralelo, a veces se cruza con el de Jairo. Le salió peleador según los recortes que conserva, lo que justifica sus actos. Es una compensación, una advertencia, esa bravura. Ser más macho que el mismo macho. Algo felino en la mesura, en el cálculo al atacar. La brujería, Satanás, afirman su poder. Por lo menos los demás así lo creen. Más misterioso todavía. Es de los crueles que no perdonan, humillan a su adversario, terminan con él. Ernesto nos descubre su lado generoso que no sufre las injusticias. Sale en defensa de “La Chocoanita” y castiga al chulo: los cuchillos y la humillación: “Ahora voltése y pare las nalgas, ponga las manos en las rodillas”. (50) Cuando encuentran el cartelito de Juana Perrucha “ESTOY JARTA DE BIBIR esta noche ME MATO” Jairo llora y la ayuda a bien morir. “El Puto Erizo” y su banda se burlan de Don Sata, el guapo viejo que fue dueño de una cantina y a Jairo “lo emberriondaron las burlas al viejo”. Entran a bailar las dos guerrillas. Nunca va a la cárcel por las muertes. Es la ley del silencio. Tampoco podía detenerse “hay que seguir de guapo”. Su admiración por Gardel va decayendo al final, descubre que no era infalible, que era humano. El ídolo resbala, Jairo se desespera. Con el final de Gardel llega el suyo. Alrededor de esa personalidad compleja gira Aire de tango . Recuerda a los gitanos de García Lorca: “Verde, te quiero verde” y la obsesión de los cuchillos: La luna deja un cuchillo abandonado en el aire que siendo acecho de plomo