LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 46

intercambio que resultaría de esa revelación, y temía acabar indefenso. De todos mo- dos, racionalizó que esa conversación sólo traería más dolor sin solución. "Estoy guar- dando esto para mí por el bien de Nan", se dijo. Además, reconocer la existencia de la nota significaría admitir que le había guardado secretos a ella, secretos que Mack se- guía justificando en su mente. A veces la honestidad puede ser un increíble engorro. Convencido de la rectitud de su inminente viaje, Mack empezó a considerar la manera de alejar a la familia de casa para el fin de semana sin despertar sospechas. Cabía la remota posibilidad de que el asesino tratara de atraerlo fuera de la ciudad, dejando a la familia desprotegida, y eso no era aceptable. Pero no sabía qué hacer. Nan era dema- siado perceptiva para que él revelara sus designios por cualquier medio, y hacerlo sólo conduciría a preguntas que no estaba preparado para contestar. Afortunadamente para él, fue la propia Nan quien propuso la solución. Había estado jugando con la idea de ir a visitar a su hermana en San Juan Islands, frente a la costa de Washington. Su cuñado era psicólogo infantil, y Nan pensaba que conocer su opi- nión sobre la progresiva conducta antisocial de Kate podía ser muy útil, considerando sobre todo que ni ella ni Mack habían logrado comunicarse con su hija. Cuando Nan planteó la posibilidad del viaje, Mack fue casi demasiado entusiasta en su respuesta. -¡Pero claro! -fue su reacción. Esa no era la respuesta que ella esperaba, y lo miró de manera inquisitiva. -Digo -él trató de recomponerse-, creo que es una excelente idea. Claro que los voy a extrañar, pero podré sobrevivir solo un par de días, y además tengo muchas cosas que hacer. Ella no le hizo mayor caso, agradecida quizá de que el camino para marcharse se hu- biera abierto con tanta facilidad. -Creo que en especial a Kate le haría bien salir unos días -añadió Nan, y él expresó su acuerdo asintiendo con la cabeza. Una rápida llamada a la hermana de Nan y el viaje estaba hecho. La casa se convirtió pronto en un torbellino de actividad. Josh y Kate estaban encantados; esto extendería una semana sus vacaciones de primavera. Les fascinaba visitar a sus primos, y apro- baron de inmediato la idea, aunque en realidad no les quedaba otra opción. A escondidas, Mack llamó a Willie, y mientras trataba, infructuosamente, de no divulgar demasiada información, le preguntó si podría prestarle su Jeep de doble tracción. Co- mo Nan se llevaría la camioneta, él necesitaría algo mejor que su pequeño auto para sortear las carreteras llenas de baches de la Reserva, muy probablemente bajo los efectos del invierno todavía. La extraña petición de Mack causó predeciblemente un alud de preguntas de Willie, preguntas que Mack trató de contestar en forma evasiva tanto como le fue posible. Cuando Willie preguntó de golpe si la intención de Mack era