para acampar estaba a tiro de piedra del lago, y ellos prometieron permanecer cerca de
la orilla. Mack podría vigilarlos mientras seguía levantando el campamento.
Missy estaba ocupada en la mesa, coloreando el cuaderno de las cascadas Multno-
mah. "¡Qué linda es!", pensó Mack, mirando en dirección a ella mientras alzaba el tira-
dero que él mismo había hecho antes. Llevaba puesto lo único limpio que le quedaba,
un vestidito rojo con bordados de flores silvestres comprado en su viaje del primer día a
la ciudad de Joseph.
Quince minutos después, Mack volteó al oír que una voz conocida decía "¡Papá!" des-
de el lago. Era Kate, remando como toda una profesional con su hermano. Los dos lle-
vaban obedientemente puestos sus chalecos salvavidas, y Mack agitó la mano para
saludarlos.
Es increíble cómo un acto o sucedido en apariencia insignificante puede cambiar vidas
enteras. Al alzar el remo para corresponder el saludo de su padre, Kate perdió el equili-
brio, y ladeó la canoa. Una mirada de terror se congeló en su rostro mientras, casi en
silencio y en cámara lenta, la lancha se volcaba. Josh se inclinó desesperadamente pa-
ra intentar equilibrarla, pero ya era demasiado tarde y él desapareció de la vista en me-
dio del chapaleo. Mack se encaminó a la orilla del lago, aunque no con intención de
meterse, sino sólo de estar cerca cuando ellos salieran. Kate emergió primero, echando
agua por la boca y llorando, pero no había señales de Josh. Al estallar una erupción de
agua y piernas, Mack supo de inmediato que ocurría algo grave.
Para su sorpresa, todos los instintos que había cultivado como salvavidas adolescente
rugieron de nuevo. En cuestión de segundos ya estaba en el agua, quitándose los za-
patos y la camisa. Ni siquiera sintió el golpe helado mientras recorría a toda velocidad
los quince metros hacia la canoa volteada, ignorando por el momento el aterrado sollo-
zo de su hija. Ella estaba a salvo. Su mayor interés era Josh.
Tras respirar hondo, se zambulló. El agua, pese a la agitación, estaba muy clara, con
visibilidad de hasta un metro. Pronto encontró a Josh, y descubrió también por qué es-
taba en dificultades. Una de las correas de su chaleco salvavidas se había enredado en
el armazón de la canoa. Por más que hacía, tampoco él pudo zafarla, así que trató de
indicarle a Josh mediante señas que se impulsara dentro de la canoa, donde había
quedado atrapado aire respirable. Pero el pobre chico estaba aterrado, tirando violen-
tamente de la correa que lo mantenía atado al borde de la canoa y bajo el agua.
Mack salió a la superficie, le gritó a Kate que nadara hasta la orilla, tragó todo el aire
que pudo y se sumergió por segunda vez. Para su tercera zambullida, y sabiendo que
el tiempo se agotaba, se dio cuenta de que podía seguir tratando de quitarle el salvavi-
das a Josh o soltar la canoa. Como éste, en su pánico, no lo dejaba acercarse, Mack
optó por lo segundo. Habrán sido Dios y los ángeles o Dios y la adrenalina, nunca lo
sabría de cierto, pero apenas en su segundo intento logró voltear la canoa, liberando a
Josh de su atadura.