-Claro. Siempre estoy contigo.
-Entonces, ¿por qué yo no lo sabía? -preguntó él-. Últimamente he podido saber cuan-
do estás ahí.
-Que lo sepas o no -explicó ella- no tiene absolutamente nada que ver con el hecho de
que yo en verdad esté aquí o no. Siempre estoy contigo; a veces quiero que lo sepas
en forma especial, más intencional.
Mack asintió con la cabeza en señal de que entendía, y dirigió la canoa a la orilla dis-
tante y la cabaña. Sintió entonces en forma manifiesta la presencia de ella en el hormi-
gueo que bajaba por su espina dorsal. Ambos sonrieron a la vez.
-¿Siempre podré verte u oírte como ahora, incluso si estoy en casa?
Sarayu sonrió.
-Mackenzie, podrás hablar conmigo en cualquier momento, y yo siempre estaré conti-
go, sientas mi presencia o no.
-Ahora lo sé, pero, ¿cómo voy a oírte?
-Aprenderás a oír mis pensamientos en los tuyos, Mackenzie -lo tranquilizó ella.
-¿Será claro eso? ¿Y si te confundo con otra voz? ¿Y si cometo errores?
Sarayu rió, con sonido como de agua al caer, ya vuelto música.
-Claro que cometerás errores; todos cometen errores, pero empezarás a reconocer me-
jor mi voz conforme nuestra relación siga creciendo.
-No me gusta cometer errores -gruñó Mack.
-Oh, Mackenzie -repuso Sarayu-, los errores forman parte de la vida, y Papá obra su
propósito en ellos también.
Estaba contenta y Mack no pudo evitar sonreír con ella. Había entendido a la perfec-
ción su argumento.
-Esto es muy diferente a todo lo que he conocido, Sarayu. No me malinterpretes; me
encanta todo lo que ustedes me han dado este fin de semana. Pero no tengo idea de
cómo regresar a mi vida. Parecía más fácil vivir con Dios cuando yo lo concebía como
el capataz exigente, o incluso enfrentar la soledad de la Gran Tristeza.
-¿Eso crees? -preguntó ella-. ¿De veras?