Ella lo guió dulcemente hacia un lado de la cascada, hasta que él vio de nuevo a Jesús
en la orilla, arrojando piedras todavía.
-Creo que alguien te está esperando.
Las manos de ella apretaron con delicadeza sus hombros y se retiraron, y Mack supo,
sin verla, que se había marchado. Luego de trepar con cuidado resbaladizas rocas y
atravesar piedras mojadas, halló un camino que rodeaba la cascada, atravesaba la re-
frescante neblina del agua tronante y regresaba a la luz del día.
Exhausto pero muy satisfecho, Mack hizo una pausa y cerró los ojos un momento, tra-
tando de grabar en su mente los detalles de la presencia de Missy, con la esperanza de
que, en los días por venir, pudiera revivir cada momento con ella, cada matiz y movi-
miento.
De pronto extrañó muchísimo a Nan.
en el vientre de las bestias
Los hombres nunca hacen el mal tan completa y animosamente
como cuando lo hacen por convicción religiosa.
-Blaise Pascal
Una vez abolida la divinidad, el gobierno se convierte en Dios.
-G. K. Chesterton
Mientras Mack avanzaba por la vereda hacia el lago, de repente se dio cuenta de que
algo faltaba. Su constante compañera, la Gran Tristeza, se había ido. Era como si hu-
biera sido arrastrada por las nieblas de la cascada mientras él emergía detrás de su
cortina. Su ausencia parecía extraña, quizás hasta incómoda. En los años anteriores,
ella había definido lo normal para él, pero ahora se había desvanecido en forma ines-
perada. "Lo normal es un mito", pensó para sí.
La Gran Tristeza ya no sería parte de su identidad. Ahora sabía que a Missy no le im-
portaba si él se negaba a preservarla. De hecho, ella no quería que se agazapara con
ese sudario, y quizás lamentaría que lo hiciera. Mack se preguntaba quién era ahora
que se había librado de todo eso, para caminar cada día sin la culpa y desesperación
que decoloraron para él todas las cosas.
Al llegar al claro, vio a Jesús esperándolo, todavía arrojando piedras.