Resolló, tratando de concentrarse mejor. Para acercarse a ellos, chocaba con una fuer-
za inadvertida, como si la pared de piedra fuera invisible frente a él.
Entonces vio claro.
-¡Missy!
Ahí estaba ella, chapoteando descalza.
Como si lo hubiera oído, Missy se desprendió del grupo y corrió por la vereda que ter-
minaba justo frente a él.
-¡Oh, Dios mío! ¡Missy! -gritó Mack, y trató de avanzar, atravesando el velo que los se-
paraba.
Para su consternación, chocó con una potencia que no le permitía acercarse más, co-
mo si una fuerza magnética aumentara en oposición directa a su esfuerzo, devolvién-
dolo a la sala.
-No puede oírte.
A Mack no le importó.
-¡Missy! -gimió.
Estaba tan cerca... El recuerdo que él se había esmerado tanto en no perder pero que
había sentido escurrirse lentamente, volvía ahora de golpe. Buscó una manija, como
para abrir algo con rudeza y hallar un camino para llegar hasta su hija. Pero no había
nada.
Entre tanto, Missy había arribado y estaba parada justo frente a él. Era obvio que no lo
veía, fija la mirada en algo que estaba en medio, más grande y visible para ella, pero
no para él.
Mack dejó de oponerse por fin al campo de fuerza y dio media vuelta hacia la mujer.
-¿Puede verme? ¿Sabe que estoy aquí? -preguntó desesperado.
-Lo sabe, pero no puede verte. Desde su lado, lo único que ve es la hermosa cascada.
Pero sabe que estás detrás de ella.
-¡Cascadas! -exclamó Mack, riendo para sí-. ¡Ella nunca se saciará de cascadas!